El viernes pudimos darnos el gusto, que hace tiempo ya anhelábamos, de recorrer el paisaje del Paso Corralito en compañía de dos baqueanos en el conocimiento de árboles, arbustos y hierbas de nuestra zona, para aprender de ellos, para absorber ese conocimiento que viene de la tierra, de la vida.
Insistimos en nuestro criterio de que no se puede querer lo que no se conoce.
Si bien es cierto que conocer un árbol, su nombre común y hasta el científico no es garantía de que luego lo cuidemos. A la vista está lo que hacemos con nuestros fresnos y demás árboles del espacio público.
Si bien pudimos apreciar que la flora del lugar no es tan variada como la de otros riachos de la región, pudimos identificar, además de los tradicionales sauces, seibos, espinillos, ñandubays y algarrobos, otras menos vistas en zonas cercanas a la ciudad, como chañares, arrayanes, blanquillos, curupíes, laureles, molles, sarandí, zarzaparrilla, barba de indio, multa o muita. Además nos enteramos de algunos de los usos populares tradicionales de las hojas, flores, raíces y semillas de muchas de ellas.
Quizás la próxima vez que quien haya leído este comentario pase por el Corralito mire alguno de los árboles con otra visión, logre sentirse más parte de la Tierra y admirar las maravillas de la Creación. Si esto ocurre será un punto de sutura más en la vasta red que se está forjando desde los suburbios de la civilización y un granito más de la montaña de cambios de conceptos y conductas que necesitamos construir entre todos.
Gracias Polo, Gracias Palacios.
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