lunes, 14 de enero de 2019

Encuesta del vivir bien y bello y buen convivir.


10-CERRITO JUEVES 28 DE JUNIO.

Centro Cultural de Cerrito.
Encuesta realizada a seis docentes de escuelas rurales.

Los docentes dan clases en Colonia Crespo, Cerrito, Colonia San Martín y cercanías de Hernandarias…

Las maestras consultadas mostraron conocimientos de actividades rurales. Algunas tienen huertas propias y promueven ese rubro en las escuelas. El trabajo asociativo, comunitario: difícil. A veces por falta de tiempo y a veces por falta de espacio, los proyectos de huertas en las escuelas quedan truncos.
A la primera pregunta sobre los conocimientos, una docente que vive en Colonia Rivadavia y trabaja en una escuela rural de Colonia Crespo se mostró en su salsa. “Siempre viví en el campo, conozco las actividades por mis padres y por mi marido, tanto ganadería como agricultura… Los alimentos de mi casa salen de la huerta propia, lo mismo huevos, leche, carne, son de nuestra casa”.
“El año pasado implementamos una huerta en la escuela. A los chicos les encanta, traen sus experiencias, y los alimentos son consumidos en la escuela”.
“También conozco algo de yuyos medicinales, lo que me han transmitido mis padres, mis suegros. Mi marido habla mucho del cuidado de la tierra y eso le transmitimos a nuestros hijos (lo dijo con emoción): el amor al campo con la ilusión de que ellos sigan, no sé si lo vamos a lograr”.
“La huerta escolar tiene un proyecto institucional pero este año no pudimos seguirla. Tuvimos colaboración para cercar el predio, es un lindo espacio, una cocinera que es mamá de alumnos aportó un tejido por ejemplo. Después se nos fue pasando el tiempo, pero pienso que en este semestre vamos a volver. Tuvimos mucho trabajo y las hormigas nos devoraron todo”.
“A los chicos les gusta mucho, cosechan zapallitos, hacen unas tartas de zapallito”.

Otra maestra agregó: “algunos chicos que venían de Paraná no sabían lo que era una huerta, de dónde salían los alimentos. ‘Seño, de abajo de unas hojas sale tal fruta… comé tranquila’, decían, y ellos comían con orgullo porque era su propia cosecha”.
Una tercera maestra comentó que da clases en un jardín de infantes en colonia San Martín, camino a Curtiembre. “La mamá de un nenito de jardín me preguntó si quería comprar calabazas y zapallos. Empecé a preguntarle, el nene de 4 me contó en su media lengua cómo plantar, cómo cuidar, me dio cátedra. En el jardín les apasiona, son investigadores natos. Buscamos insectos, conocemos, los bichitos bolita…”.
“Son chicos que viven en campos heredados, con sus padres y abuelos. Antes eran ladrilleros, ahora tienen huerta orgánica. Otro nene es hijo de peones tamberos. Él sabe de vacas, pero no toma leche”.
“Surgió un proyecto, el director lo aprobó, vamos a hacer minihuertas en cajones de manzana, todo pequeño, con nylon y vidrio para que vean el crecimiento delas plantas”.

Una cuarta maestra: “tengo mi huerta en casa. Mi hijo de 17 años se entusiasma, quiere hacer huerta, él va a la escuela con orientación en conservación del suelo. En Aldea Santa María se hace cada año la fiesta dela conservación del suelo”.

BIODIGESTORES
Una maestra resaltó el entusiasmo de los alumnos que plantaron un árbol en su escuela con motivo del Centenario de la institución. “Lo cuidan, lo riegan, el árbol es de ellos”.
Luego, todas resaltaron la gestión del biogás en Cerrito, como un aporte extraordinario al cuidado del ambiente. Cerrito es la capital provincial del biogás y cuenta con tres biodigestores.
Usan esa energía para la cocina en la escuela y la iluminación, a través de un motor que funciona con biogás.
Hay programa para hacer una piscina climatizada. Todo lo orgánico de la ciudad es recolectado por camiones y con eso se proveen los biodigestores.
En Cerrito lograron la clasificación en origen. “El basurero te abrochaba en la bolsa una notita, y te dejaba la bolsa. ‘Sr. Vecino, no clasificó bien la basura’. Y se hizo concientización en las escuelas, los chicos hablaban del tema”.

Otra docente que trabaja en Colonia Avellaneda se mostró más “urbana” que sus compañeras., “Yo compro en el súper”.
“Hicimos una experiencia en la escuela, pero con muy poco espacio. Entonces sólo plantamos acelga, pero quedaron chochos. Tenemos mucho cemento por todos lados, el espacio verde tiene 5 x 5. Pero es distinto, cuando están afuera se sienten protagonistas”.

Otra maestra aportó: “leer un cuento abajo del árbol es lo más lindo. Si el pájaro interrumpe no importa, los chicos sienten placer”. Señaló así la diferencia con la educación dentro de cuatro paredes.

Las dificultades de algunos docentes radican en la falta de un terreno apropiado, a pesar de que existen muchos espacios desocupados (especulación inmobiliaria). En un caso, una maestra contó que la directora intentó disuadirlos. “ni se te ocurra, el seguro no cubre un accidente que un alumno puede tener con la pala en la huerta”.
Señaló que pese a la buena voluntad de docentes y alumnos, no se consiguen terrenos.

Otro ejemplo: en una clase hicieron macetas y los alumnos las llevaban a casa. En principio pensaron que la idea podía caer mal a los padres, pero al contrario, “las madres se mostraron muy contentas. Y algunas decían: ‘ay, si en casa tuviéramos un lugar!’, pero no tienen”.

Algunas maestras explicaron que la forma de trabajo no deja tiempo para actividades extras.  “Vienen con propuestas pero no podés llevarlas a cabo  por falta de tiempo y presupuestos. Estuvimos seis años para arreglar un tanque de agua… Las escuelas no están bien, incluso las que fueron construidas en estos años, recién inauguradas”. Dieron varios ejemplos.
“Con los problemas de los edificios y los papeles que tenés que cumplir, hay días que no te acordás ni cómo te llamás.  Papeles, burocracia,  planillas, el docente termina el día agotado. Por eso muchos proyectos quedan en veremos”.

Una maestra subrayó los conocimientos de los chicos del campo. En un viaje, mostraban las diferencias de unos animales con los que había en su entorno, los colores, el tamaño… Comentaron de un caso de un niño de la ciudad que había preguntado con su mamá si los molinos eran ventiladores…

A la segunda pregunta de nuestro cuestionario sobre el éxodo, todas respondieron que es una constante en su zona, y que hay escuelas sin alumnos.
Apuntaron que hay lugares que antes tenían una dinámica y hoy queda un par de casas habitadas, el resto: taperas.
También señalaron que algunas familias están instaladas a los costados de las banquinas en casas precarias. En algunos casos son casas viejas recuperadas, pero sin baño interno, con agua potable que toman de la escuela, y en otros casos con agua de pozo (balde y cuerda).
“Donde yo vivía  éramos unas cuarenta familias, ahora hay tres. Tenían poco campo, se murieron los padres y vendieron o arriendan”. El éxodo es marcado.

Otro caso: en la zona de Colonia Rivadavia, éramos diez vecinos, ahora quedan dos.

En algunos lados han hecho viviendas del IAPV en terrenos pequeños. Donde las familias no pueden tener granja.
En Cerrito está prohibido tener animales domésticos, de granja. Algunos, igual, crían unas pocas gallinas.

“Cerca de Curtiembre vivíamos 12 familias. Para 2015 se vendió todo.  Queda sólo una familia pero no vive ahí, va dos veces por semana”, contó una maestra. La relación es de 12 a cero.
La zona era una buena cuenca lechera, ahora quedan solamente tambos grandes.

A la pregunta 4 sobre contaminación, una maestra respondió que en su familia defienden las buenas prácticas con las sustancias químicas del agro, y están seguros de que si se cuidan, los productos no son peligrosos. Pero admiten que los propios campesinos no tienen cuidado, y muchos no saben qué hacer con los bidones de químicos,

Otra maestra contó que salió con los chicos a buscar basura, y bajo una arboleda encontraron bidones amontonados.
En Hernandarias existe un frigorífico que quedó dentro del casco urbano y despide olores irrespirables. Los docentes también señalaron arroyos contaminados donde ya no se puede pescar.

Sobre la pregunta 5, referida al trabajo futuro de los chicos, las maestras apuntaron: para algunos, la única salida es hacer la huerta. Donde nosotras trabajamos, los chicos que van al secundario están interesados en el campo. Si hay un título, que sea sobre el campo. De todos modos, de cada diez chicos, uno puede llegar a la universidad.

Dijo otra maestra: en mi escuela hay hijos de pequeños productores que les inculcan el estudio porque piensan que en el campo no se van a poder quedar. Algunos ven la posibilidad del magisterio.  Y si siguen la universidad, será veterinaria o agronomía…
El hijo de una cocinera se cansó de trabajar en negro en un tambo y decidió entrar en la escuela de agente de policía en Villaguay.


Respecto de la pregunta 8, sobre emprendimientos comunitarios. “Cada uno en su mundo. A mí me encanta trabajar en grupo pero en muchos casos hay resistencia, prima el individualismo. Se habla de proyectos hermosos, pero si hay que dedicar tiempo, ya no”.

Otra maestra dijo en cambio que en su escuela, gracias a la buena disposición de la directora, pueden trabajar en equipo. En su casa ve comportamientos distintos, unos más dispuestos, y otros más individualistas.  Sin embargo, esos más reacios han constatado que con reuniones y encuentros lograron por ejemplo mejorar los caminos rurales, ya que de lo contrario quedan aislados.
Las maestras reconocieron que en tiempos de lluvia se cortan las clases porque los caminos son intransitables. Es que tanto docentes como alumnos tienen que hacer muchos kilómetros por caminos sin mejoras. Una docente reconoce que en algunos casos hace cinco kilómetros con botas, caminando, para asistir. Y lo puede hacer porque no hay problemas de seguridad. “Nosotros dormimos con las ventajas abiertas, con las bicicletas afuera”.

Sobre la pregunta 9, la relación entre la vida urbana y rural. “Yo soy nacida y criada acá en Cerrito, pero después de conocer cinco escuelas rurales amo el campo, si tengo que vivir en el campo me voy”.
“En la ciudad tenía una vecina que llamaba a la policía porque, para mejorar el sueldo docente, yo cosía a la noche, entonces a ella le molestaba el ruido de la máquina de coser”, se quejó con una sonrisa otra maestra.
Otra: “tengo casa en el barrio pero no me gusta, me vengo al campo. Ahí tengo pollitos bebé, huerta, jardín… Lo hago como parte de mi vida, el sueldo docente no alcanza”.

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