10-CERRITO JUEVES 28 DE JUNIO.
Centro Cultural de Cerrito.
Encuesta realizada a seis docentes de escuelas rurales.
Los docentes dan clases en Colonia Crespo, Cerrito, Colonia
San Martín y cercanías de Hernandarias…
Las maestras consultadas mostraron conocimientos de
actividades rurales. Algunas tienen huertas propias y promueven ese rubro en
las escuelas. El trabajo asociativo, comunitario: difícil. A veces por falta de
tiempo y a veces por falta de espacio, los proyectos de huertas en las escuelas
quedan truncos.
A la primera pregunta sobre los conocimientos, una docente
que vive en Colonia Rivadavia y trabaja en una escuela rural de Colonia Crespo
se mostró en su salsa. “Siempre viví en el campo, conozco las actividades por
mis padres y por mi marido, tanto ganadería como agricultura… Los alimentos de
mi casa salen de la huerta propia, lo mismo huevos, leche, carne, son de
nuestra casa”.
“El año pasado implementamos una huerta en la escuela. A los
chicos les encanta, traen sus experiencias, y los alimentos son consumidos en
la escuela”.
“También conozco algo de yuyos medicinales, lo que me han
transmitido mis padres, mis suegros. Mi marido habla mucho del cuidado de la tierra
y eso le transmitimos a nuestros hijos (lo dijo con emoción): el amor al campo
con la ilusión de que ellos sigan, no sé si lo vamos a lograr”.
“La huerta escolar tiene un proyecto institucional pero este
año no pudimos seguirla. Tuvimos colaboración para cercar el predio, es un
lindo espacio, una cocinera que es mamá de alumnos aportó un tejido por
ejemplo. Después se nos fue pasando el tiempo, pero pienso que en este semestre
vamos a volver. Tuvimos mucho trabajo y las hormigas nos devoraron todo”.
“A los chicos les gusta mucho, cosechan zapallitos, hacen
unas tartas de zapallito”.
Otra maestra agregó: “algunos chicos que venían de Paraná no
sabían lo que era una huerta, de dónde salían los alimentos. ‘Seño, de abajo de
unas hojas sale tal fruta… comé tranquila’, decían, y ellos comían con orgullo
porque era su propia cosecha”.
Una tercera maestra comentó que da clases en un jardín de
infantes en colonia San Martín, camino a Curtiembre. “La mamá de un nenito de
jardín me preguntó si quería comprar calabazas y zapallos. Empecé a
preguntarle, el nene de 4 me contó en su media lengua cómo plantar, cómo
cuidar, me dio cátedra. En el jardín les apasiona, son investigadores natos.
Buscamos insectos, conocemos, los bichitos bolita…”.
“Son chicos que viven en campos heredados, con sus padres y
abuelos. Antes eran ladrilleros, ahora tienen huerta orgánica. Otro nene es
hijo de peones tamberos. Él sabe de vacas, pero no toma leche”.
“Surgió un proyecto, el director lo aprobó, vamos a hacer
minihuertas en cajones de manzana, todo pequeño, con nylon y vidrio para que
vean el crecimiento delas plantas”.
Una cuarta maestra: “tengo mi huerta en casa. Mi hijo de 17
años se entusiasma, quiere hacer huerta, él va a la escuela con orientación en
conservación del suelo. En Aldea Santa María se hace cada año la fiesta dela
conservación del suelo”.
BIODIGESTORES
Una maestra resaltó el entusiasmo de los alumnos que
plantaron un árbol en su escuela con motivo del Centenario de la institución.
“Lo cuidan, lo riegan, el árbol es de ellos”.
Luego, todas resaltaron la gestión del biogás en Cerrito,
como un aporte extraordinario al cuidado del ambiente. Cerrito es la capital
provincial del biogás y cuenta con tres biodigestores.
Usan esa energía para la cocina en la escuela y la iluminación,
a través de un motor que funciona con biogás.
Hay programa para hacer una piscina climatizada. Todo lo
orgánico de la ciudad es recolectado por camiones y con eso se proveen los
biodigestores.
En Cerrito lograron la clasificación en origen. “El basurero
te abrochaba en la bolsa una notita, y te dejaba la bolsa. ‘Sr. Vecino, no
clasificó bien la basura’. Y se hizo concientización en las escuelas, los
chicos hablaban del tema”.
Otra docente que trabaja en Colonia Avellaneda se mostró más
“urbana” que sus compañeras., “Yo compro en el súper”.
“Hicimos una experiencia en la escuela, pero con muy poco
espacio. Entonces sólo plantamos acelga, pero quedaron chochos. Tenemos mucho
cemento por todos lados, el espacio verde tiene 5 x 5. Pero es distinto, cuando
están afuera se sienten protagonistas”.
Otra maestra aportó: “leer un cuento abajo del árbol es lo
más lindo. Si el pájaro interrumpe no importa, los chicos sienten placer”.
Señaló así la diferencia con la educación dentro de cuatro paredes.
Las dificultades de algunos docentes radican en la falta de
un terreno apropiado, a pesar de que existen muchos espacios desocupados
(especulación inmobiliaria). En un caso, una maestra contó que la directora
intentó disuadirlos. “ni se te ocurra, el seguro no cubre un accidente que un
alumno puede tener con la pala en la huerta”.
Señaló que pese a la buena voluntad de docentes y alumnos,
no se consiguen terrenos.
Otro ejemplo: en una clase hicieron macetas y los alumnos
las llevaban a casa. En principio pensaron que la idea podía caer mal a los
padres, pero al contrario, “las madres se mostraron muy contentas. Y algunas
decían: ‘ay, si en casa tuviéramos un lugar!’, pero no tienen”.
Algunas maestras explicaron que la forma de trabajo no deja
tiempo para actividades extras. “Vienen
con propuestas pero no podés llevarlas a cabo
por falta de tiempo y presupuestos. Estuvimos seis años para arreglar un
tanque de agua… Las escuelas no están bien, incluso las que fueron construidas
en estos años, recién inauguradas”. Dieron varios ejemplos.
“Con los problemas de los edificios y los papeles que tenés
que cumplir, hay días que no te acordás ni cómo te llamás. Papeles, burocracia, planillas, el docente termina el día agotado.
Por eso muchos proyectos quedan en veremos”.
Una maestra subrayó los conocimientos de los chicos del
campo. En un viaje, mostraban las diferencias de unos animales con los que
había en su entorno, los colores, el tamaño… Comentaron de un caso de un niño
de la ciudad que había preguntado con su mamá si los molinos eran ventiladores…
A la segunda pregunta de nuestro cuestionario sobre el
éxodo, todas respondieron que es una constante en su zona, y que hay escuelas
sin alumnos.
Apuntaron que hay lugares que antes tenían una dinámica y
hoy queda un par de casas habitadas, el resto: taperas.
También señalaron que algunas familias están instaladas a
los costados de las banquinas en casas precarias. En algunos casos son casas
viejas recuperadas, pero sin baño interno, con agua potable que toman de la escuela,
y en otros casos con agua de pozo (balde y cuerda).
“Donde yo vivía
éramos unas cuarenta familias, ahora hay tres. Tenían poco campo, se
murieron los padres y vendieron o arriendan”. El éxodo es marcado.
Otro caso: en la zona de Colonia Rivadavia, éramos diez
vecinos, ahora quedan dos.
En algunos lados han hecho viviendas del IAPV en terrenos
pequeños. Donde las familias no pueden tener granja.
En Cerrito está prohibido tener animales domésticos, de
granja. Algunos, igual, crían unas pocas gallinas.
“Cerca de Curtiembre vivíamos 12 familias. Para 2015 se
vendió todo. Queda sólo una familia pero
no vive ahí, va dos veces por semana”, contó una maestra. La relación es de 12
a cero.
La zona era una buena cuenca lechera, ahora quedan solamente
tambos grandes.
A la pregunta 4 sobre contaminación, una maestra respondió
que en su familia defienden las buenas prácticas con las sustancias químicas
del agro, y están seguros de que si se cuidan, los productos no son peligrosos.
Pero admiten que los propios campesinos no tienen cuidado, y muchos no saben
qué hacer con los bidones de químicos,
Otra maestra contó que salió con los chicos a buscar basura,
y bajo una arboleda encontraron bidones amontonados.
En Hernandarias existe un frigorífico que quedó dentro del
casco urbano y despide olores irrespirables. Los docentes también señalaron
arroyos contaminados donde ya no se puede pescar.
Sobre la pregunta 5, referida al trabajo futuro de los
chicos, las maestras apuntaron: para algunos, la única salida es hacer la
huerta. Donde nosotras trabajamos, los chicos que van al secundario están
interesados en el campo. Si hay un título, que sea sobre el campo. De todos
modos, de cada diez chicos, uno puede llegar a la universidad.
Dijo otra maestra: en mi escuela hay hijos de pequeños
productores que les inculcan el estudio porque piensan que en el campo no se
van a poder quedar. Algunos ven la posibilidad del magisterio. Y si siguen la universidad, será veterinaria
o agronomía…
El hijo de una cocinera se cansó de trabajar en negro en un
tambo y decidió entrar en la escuela de agente de policía en Villaguay.
Respecto de la pregunta 8, sobre emprendimientos
comunitarios. “Cada uno en su mundo. A mí me encanta trabajar en grupo pero en
muchos casos hay resistencia, prima el individualismo. Se habla de proyectos
hermosos, pero si hay que dedicar tiempo, ya no”.
Otra maestra dijo en cambio que en su escuela, gracias a la
buena disposición de la directora, pueden trabajar en equipo. En su casa ve
comportamientos distintos, unos más dispuestos, y otros más
individualistas. Sin embargo, esos más
reacios han constatado que con reuniones y encuentros lograron por ejemplo
mejorar los caminos rurales, ya que de lo contrario quedan aislados.
Las maestras reconocieron que en tiempos de lluvia se cortan
las clases porque los caminos son intransitables. Es que tanto docentes como
alumnos tienen que hacer muchos kilómetros por caminos sin mejoras. Una docente
reconoce que en algunos casos hace cinco kilómetros con botas, caminando, para
asistir. Y lo puede hacer porque no hay problemas de seguridad. “Nosotros
dormimos con las ventajas abiertas, con las bicicletas afuera”.
Sobre la pregunta 9, la relación entre la vida urbana y
rural. “Yo soy nacida y criada acá en Cerrito, pero después de conocer cinco
escuelas rurales amo el campo, si tengo que vivir en el campo me voy”.
“En la ciudad tenía una vecina que llamaba a la policía
porque, para mejorar el sueldo docente, yo cosía a la noche, entonces a ella le
molestaba el ruido de la máquina de coser”, se quejó con una sonrisa otra
maestra.
Otra: “tengo casa en el barrio pero no me gusta, me vengo al
campo. Ahí tengo pollitos bebé, huerta, jardín… Lo hago como parte de mi vida,
el sueldo docente no alcanza”.
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