lunes, 14 de enero de 2019

Encuesta del vivir bien y bello y buen convivir.


19-PARANÁ LUNES 10 DE SETIEMBRE.

Escuela 59 Toma Nueva, de Paraná. Barrios Toma Nueva, Lomas del Golf y Los Arenales.
Entrevista con tres estudiantes adultas que viven en esos barrios.

Las tres comentaron que conocen algo de huertas, y añoran los tiempos en que el barrio tenía más espacio y menos violencia y drogas, y coinciden en la dificultad de hacer emprendimientos cooperativos o comunitarios por la falta de confianza en la vecindad.

“Mi marido sabe un poco, hemos sembrado tomate, lechuga, acelga, calabazas, zapallos, pero ahora solo tenemos muchos pimientos. Como tenemos un patio grande, ahí hay mandarinos, manzanos, limoneros, ciruelos. En un momento tuvimos gallinas, ahora no.
Lo que sé, lo aprendí de mi marido, él es inmigrante.
Una segunda entrevistada dice que tenía gallinas y patos, sacaba huevos y criaba también algunos parrilleros en el patio. Pero los regaló porque los perros empezaron a matarlos.
Ahora se quedó con un solo perrito, entonces cuando le da de comer en el patio llegan palomas y otros pájaros del monte.
Aprendió estos trabajos de chica. Ella vivía con sus padres en Santa Elena, el padre debió emigrar por el cierre del Frigorífico. En este momento, ella vive en Paraná, y su padre es ladrillero en Casilda, provincia de Santa Fe. La familia está compuesta por ocho hermanos de los cuales solo una, la mayor, vive en Santa Elena, los demás se fueron todos, incluso los padres.

La tercera entrevistada comenta que en la casa de su madre tenían naranjos y mandarinos, pero los sacaron para construir e hicieron piso. Solo queda una planta que se está secando.
Dice que su abuela cosechaba paltas y naranjas. También tenía patos y gallinas y los fue regalando porque se los mataban los perros (el mismo comentario que la segunda consultada).
En estos meses, el hermano tiene tres gallinas, y huerta no, por falta de espacio.

Ante la pregunta 2 sobre el éxodo, la santaelenense  se explaya sobre la ausencia de oportunidades de trabajo en su ciudad. Dice que ahí ni siquiera se puede vender pan casero por las calles porque hay mucho control y cobran impuestos, a diferencia de Paraná donde los vendedores ambulantes no se los molesta.
También recuerda que los tíos de su marido (hermanos de su suegra) son todos de Nogoyá, y se fueron a Buenos Aires por falta de trabajo.

Otra entrevistada dice que los hijos de ella y de su marido son profesionales, se fueron a otras provincias (Médico, ingenieros en petróleo…). Lo ve natural, aunque el único oficio que aquí no podría practicarse sería el petrolero.
Sostiene que si bien su terreno es grande porque se juntó con otros linderos, la mayoría de los espacios en estos barrios son muy reducidos, la gente vive amontonada. Los hijos construyen arriba de la casa de sus padres, o atrás, porque no tienen terreno.

La tercera dice que su abuela vino al barrio desde Sauce de Luna, y que le comenta que en la Toma en su juventud era todo verde, con montes naturales.
Sus abuelos emigraron a Buenos Aires por trabajo (su abuelo era panadero), y más adelante se afincaron en la Toma.

Ante la tercera pregunta sobre la producción y el origen de los alimentos, dicen que compran casi todo en supermercados. Una de las encuestadas colabora en un comedor y saca de allí algunas verduras. Hay en el barrio un comedor que da viandas a 350 personas del barrio, de lunes a viernes, con ayuda del Estado Nacional. El comedor se llama Pancitas llenas, corazón contento.
Aclaran que hay dos alimentos que obtienen de vecinos del barrio: pescados y carne de cerdo, y que a veces pasa un carrito con un vendedor de huevos, pero no hay quintas en la zona. Comentan que lejos de allí, en el Acceso Norte (varios kilómetros) que existen quintas trabajadas por bolivianos.

A la pregunta 4 sobre el ambiente, responden que saben de un vecino que vive con problemas de asma por el polvillo de una arenera.
También lamentan que la orilla del río esté llena de botellas de plástico, bolsas y otros residuos.
En el barrio hay mini basurales, “pero no tanto como antes”.
Sostienen que la municipalidad ha colocado contenedores, y muchos ven el contenedor lleno pero dejan igual sus bolsas. También admiten que se empezó con la selección en origen pero el plan no sigue.

Pregunta 5, si imaginan a sus hijos trabajando en relación con el suelo. Una encuestada cuenta que tiene un hijo en una escuela rural en Las Tunas, donde trabaja en la huerta, cuida animales. “Le gusta mucho”.  Aspira a que el joven en un futuro trabaje en la misma escuela, adonde hoy vive de lunes a viernes.
“Le habían hecho una cesárea a una oveja, y venía contento”, dice.
Acepta que con su marido decidió mandarlo a esa escuela “por la situación del barrio, hay mucha droga y todo eso”.

Otra entrevistada no imagina a ninguno de sus hijos en relación con la producción de alimentos. La tercera comenta que le gustaría estudiar maestra jardinera y educación física, y nada en relación con la tierra.

A la pregunta 7 sobre vivir en el campo: “A mí me gusta acá, el barrio”, dice la mujer que manda su hijo a Las Tunas por razones de seguridad, aunque parezca una contradicción.
Admite que no le desagradaría vivir en el campo porque ama la tranquilidad.
Otra dice que no, no se iría, porque no se aguantaría la soledad.
La tercera se marcharía al campo sí, pero no a trabajar, sino a una casa quinta, para disfrutar del paisaje. Antes gozaba del silencio, del trino de los pájaros, ahora desde temprano se escuchan los camiones.

Ante la pregunta 8 sobre emprendimientos asociativos, las tres optan por trabajos individuales, y no cooperativos. “Para formar un grupo está complicado, tenés que fijarte bien, cómo es la persona. Han hecho microemprendimientos y no han funcionado. Individual sería más fácil, es la responsabilidad de cada uno”.

Otra dice: “familiar sí, con vecinos sería complicado. No sé qué responsabilidad tiene él”.
La tercera: “Comunitario no, individual. Los vecinos no se pueden ni ver. Están todos peleados, por lo menos en mi cuadra están todos peleados” (agrega con una sonrisa).
“No se usa mucho el diálogo, si los chicos se pelean por ejemplo, no hay diálogo: van y te amenazan”.

Pregunta 9 sobre aspectos positivos y negativos del barrio: Los positivos, la escuela cerca, el río cerca, y lo mismo el centro de salud. Una dice que su abuela también vive a pocos metros de su casa.
Lo negativo: la droga y la violencia.  “La misma adicción los lleva a robar, amenazar, a matar. Le roban a sus padres incluso”.
Una aclara que ellos no tienen miedo, porque “con los del barrio no se meten. Saludan, a mí nunca me faltaron el respeto”.
Dicen que existe violencia, se escuchan gritos, tiros. Una de las entrevistadas debió abandonar la entrevista por un llamado telefónico, debido precisamente a un hecho de inseguridad justo cuando hablaban del tema. Cuando los entrevistadores salieron, ya concluida la consulta, había una cuadra conmocionada, con los vecinos afuera y dos patrulleros.
“Ahora está un poco mejor porque hay varios presos.  Falta que metan adentro a dos o tres. A esos les espera la reja o cuatro metros bajo tierra, por el camino que van”, comenta una.

Consultadas sobre la posibilidad de capacitación en rubros de la producción, las dos entrevistadas que quedan aceptan que asistirían a cursos. Aunque una quiere ser maestra o profesora de educación física y la otra guardiacárcel.
Comentan que en el templo vecino solían entregar pollitos pero exigían para ello una capacitación de tres días.  Lo mismo con planas frutales. Pero este año eso no se dio.
Recuerdan que la municipalidad entrega pollitos en calle Colón, sin capacitación previa. Hasta 10 aves por familia.
Consultadas por el plan Pro huerta del Inta, dicen que no lo conocen.
Las dos sugieren que si un día llegara capacitación tendría que ser algo permanente, con continuidad, “que no se pierdan”, porque de lo contrario los emprendimientos se abandonan.


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