17-GUALEGUAYCHÚ AGOSTO.
Encuestados: una familia: Ester, Julio, Marta y Ramona.
Barrio La Tablita, Gualeguaychú.
Todos los integrantes de esta familia vivieron en el campo y
por distintos motivos emigraron a la ciudad y terminaron viviendo en la
periferia de la misma.
Manifiestan tener conocimiento sobre las actividades rurales
como siembra, quinta, tambo y también trabajo en el monte.
Ellos vivían en la zona conocida como “El Potrero” y afirman
que ya son muy pocas las familias que quedan en la zona. Todos los campos han
sido adquiridos por inversores de Buenos Aires.
Julio trabajaba como peón en una estancia y renunció a su
trabajo cuando su patrón le exigió trasladarse a un lugar más lejano, donde
tenía otro campo. Esa situación no le permitía poder mandar sus cinco hijos a
la escuela. Por lo tanto, prefirió renunciar antes que dejar a sus hijos sin
estudios. Así fue que se trasladó a la ciudad y comenzó su trabajo de
albañilería.
Las mujeres recuerdan que en el campo trabajaban mucho y
hacían todo tipo de actividades a la par de los hombres. Ordeñar vacas, juntar
maíz, sacar malezas a mano, cortar leña, además de las tareas hogareñas.
También recuerdan que no había luz eléctrica y por las
noches sólo se alumbraban con velas o candiles. Aseguran que la vida era muy
dura. A pesar de ello, sienten que era muy bueno trabajar en el campo. También
dicen que ahora no volverían a hacerlo porque “eso es para los jóvenes”.
Actualmente trabajan como empleadas en casa de familia, a
excepción de Marta que padece una enfermedad de columna que no le permite
trabajar.
En este punto, preguntados sobre si los jóvenes tomarían la
iniciativa de trabajar en el campo, aseguran que muy pocos. Los jóvenes están
habituados a la vida urbana. No obstante, en sus familias tienen algunos
jóvenes que sí lo hacen y se encuentran trabajando actualmente en el campo.
Sobre las causas de la emigración a las ciudades, se
reiteran las causas. La falta de servicios, caminos intransitables, falta de
medios de transporte, falta de escuelas. Piensan que hoy día sería más fácil
porque en muchos lugares hay energía eléctrica y la telefonía móvil que los
mantendría más comunicados. De todos modos, también afirman que para hoy vivir
en el campo es imprescindible contar con un medio de movilidad.
Ramona cuenta que ella parió sus hijos en el campo, sin
asistencia médica alguna. Las otras mujeres aseguran que eso hoy sería
impensable. Sólo pensar en una situación de esas, aterroriza a las mujeres más
jóvenes.
Respecto del asociativismo y la posibilidad armar proyectos
con vecinos y otros grupos de personas para encarar un trabajo rural, lo ven
muy difícil. Ellos creen en esa forma de trabajo, pero dicen que el mayor
impedimento está dado por lo complejo que se han vuelto las relaciones entre
las personas. Hay mucho celo y especulación. En ese sentido, Julio asegura que
“las medias sólo sirven pa los pieses”.
De todos modos, dicen que si pudieran acceder a una porción
de terreno, no demasiado grande, podrían emprender cantidad de proyectos
productivos, como sembrar cebollas, ajo, morrones, berenjenas, etc. que podrían
venderse en la propia ciudad.
Para ello, deberían tener un primer impulso del estado
proveyéndoles herramientas y maquinarias. Dicen que una vez que comenzaran a
trabajar, luego ya no haría falta más apoyo porque podrían proveerse por sí
mismos de sus herramientas e insumos.
Todos tienen su vivienda propia, de cierta precariedad. En
el caso de Ester, logró su vivienda por sistema de autoconstrucción. Le gusta
el sistema, pero dice que debería ser más ágil, porque tardó cinco años en
tener su casa, desde que comenzaron a construír el grupo habitacional donde
ella vive.
Respecto de si prefieren la ciudad o el campo, todos afirman
que prefieren quedarse en la ciudad, a excepción de Marta que expresa sus
deseos de volver al campo, porque le gusta mucho, aún cuando implica mayores
sacrificios.
En cuanto a la vida en el barrio, dicen que ellos viven bien
y tranquilos, pero les preocupa severamente la situación de los más jóvenes,
afectados por las drogas. Aseguran que la mayoría de los jóvenes del barrio no
tienen futuro. La mayoría, salvo excepciones, son adictos, no trabajan ni
estudian, y se encuentran en una situación de absoluta marginalidad.
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