miércoles, 18 de octubre de 2017

Marcas de racismo que las anteojeras del Inadi ocultan

Los parámetros occidentales del conocimiento mantienen escondidas nuevas formas de discriminación. El racismo está instalado hoy, en la Argentina del siglo XXI, pero solo podremos escuchar sus gritos si nos liberamos de los tapones cognitivos
por Tirso Fiorotto
De acuerdo a la definición que elijamos de "racismo" alcanzaremos a ver ese flagelo solo en el pasado o también en el presente; a la distancia o en el aquí y ahora. Pero hay modos de echar humo para relativizar la realidad, sino esconderla, y el poder los conoce bien. Todo lo que hagamos contra la discriminación negativa y el racismo es poco, ante naciones, comunidades y grupos humanos que han sufrido atropellos. La obra del Inadi en la estimulación de la conciencia es encomiable, y lo subrayamos aquí, porque más abajo trataremos un aspecto del Instituto nacional contra la discriminación, la xenofobia y el racismo que, sin desacreditarlo, opaca su fama. Nos referimos a su pertenencia a un Estado que lleva el racismo en el ADN, mal que nos pese, y por eso no lo ataca de lleno.
El poder hace la vista gorda ante las mutaciones del racismo, entonces simula combatir los bichitos con los mismos antibióticos que podían servir para el ayer, y hoy resultan inocuos.
Bonfatti y Macri
Colocar en cercanía a Mauricio Macri y Adolf Hitler es un insulto. Hacer barullo por eso, un entretenimiento. Vayamos primero al ejemplo que provoca estas reflexiones. Dijo el exgobernador santafesino Antonio Bonfatti: "De joven creía en ese concepto que dice que el pueblo nunca se equivoca, perose equivocó con Hitler y ahora se equivoca con Macri". Suerte que el pueblo acertó con Bonfatti, diremos nosotros si se nos acepta la ironía. Pero convengamos que el socialista intentó aludir a un hecho: que los votantes pueden acertar o equivocarse en sus elecciones, debido a una multitud de factores. Ahora bien: el recurso de nombrar los apellidos Hitler y Macri para que suenen al lado no deja de ser una picardía, que encaja en una vieja falacia llamada "reducción a Hitler", y se acerca más todavía al sofisma que busca deshonrar al otro por asociación. Sin embargo, poca relación le vemos al asunto con la discriminación y menos con el racismo.
Si el Inadi se abocara al racismo verdadero, advertiría que este tema no da ni para una actuación de oficio porque, al lado de otros problemas, es una tontería. Macri, exponente del poder económico y además presidente, ¿víctima de discriminación? ¡Válgame Dios! ¿Qué diremos entonces a las familias que hurgan en la basura? ¿Y a las que se apiñan en una pieza?
Marca argentina
La dictadura que sufrimos hoy se llama mercado y multinacionales. Agronegocios concentrados, con transgénicos y glifosato, son política de Estado en la Argentina, con la complicidad de sucesivos gobernantes. Ese sistema desembarcó cuando nuestra región necesitaba revertir el proceso de desarraigo y destierro, y ya eran evidentes los males del hacinamiento de millones en la periferia de las ciudades. Precisábamos remedio y nos trajeron veneno, es decir: economía de escala, capital financiero, pooles, agricultura sin agricultores. Más expulsión, mayor uniformidad.
Hacemos hincapié en ello porque entendemos que el amontonamiento en los barrios, como consecuencia del éxodo en vastas regiones, es la principal marca de racismo de la actualidad en la Argentina. El Inadi hace la vista gorda porque ese racismo que se expresa de cuerpo entero en la villa miseria es fruto de las políticas de Estado. Y en parte, porque no logra ver, así de sencillo, si se basa en parámetros occidentales y por eso limitadísimos. Entre Ríos ha padecido por décadas desarraigo y destierro, y en algunas ciudades: hacinamiento. Pero muchos panzaverdes viven hoy con sus hijos y nietos afuera del territorio, y muchos de ellos hacinados.
El sistema los empujó como sobrantes a lugares donde se cultivan enfermedades sociales que se potencian mutuamente, y que constituyen lo que decíamos: esa marca de racismo. Pero la colonialidad que es madre en los sectores de poder relativiza ese flagelo. Hasta que no vengan un francés, un alemán, un norteamericano a escupirle al poder esta verdad en la cara no acusará recibo. En la Argentina hay 4.100 villas o barrios populares, contadas por el propio estado. Allí habitan millones de víctimas del sistema, en su mayoría niños, jóvenes, ancianos privados de un horizonte. Pero el hacinamiento es un mal que se reproduce también en otros barrios, no aqueja solo a las villas miseria. El sistema aísla al ser humano de su entorno, lo distancia del árbol, el cielo, el arroyo, las costumbres y los oficios ancestrales, la comunidad. Y de acuerdo a los saberes de nuestros pueblos antiguos, el humano no puede desplegar sus aptitudes si no es en un ambiente adecuado.
A medida que nos resignamos al hacinamiento no esperemos sino roces, enfermedades, frustraciones. Hay allí expresiones solidarias, bellos testimonios de resistencia ante un mar de obstáculos, pero la comunidad es otra cosa.
Definamos racismo
Ramón Grosfoguel es un sociólogo puertorriqueño que promueve, con otros, la corriente decolonial. Este pensador dice que hay un consenso entre los estudiosos en este sentido: el racismo es institucional, estructural. Los prejuicios, la discriminación por estereotipos, no alcanzan a ser racismo.
Para que exista racismo tiene que haber instituciones que afecten la vida de grandes poblaciones de manera significativa; tiene que haber desempleo masivo, o grupos asesinados por la Policía, persecuciones sistemáticas cotidianas, en fin, violaciones de derechos desde lo institucional... Y ofrece estos ejemplos de los orí- genes del racismo en los aledaños al año 1500 (siglo XVI) expresados en genocidios/epistemicidios (destrucción de poblaciones y de saberes y maneras de pensar): contra judíos y musulmanes en Al-Ándalus (península ibérica bajo dominio árabe); contra habitantes del Abya yala (América), contra africanos secuestrados (esclavización), y contra las mujeres ("brujas"). De esta manera, Grosfoguel sostiene que el edificio del mundo moderno se cimentó en prejuicios racistas y sexistas institucionales, además del capitalismo. La modernidad se origina así no en la ciencia y la tecnología sino en el genocidio y el epistemicidio, principalmente en nuestro continente saqueado. Hoy, la falta de expectativas, la vida en condiciones por debajo de la línea de lo humano, la discriminación negativa; y las respuestas de la juventud con adicciones, violencia, desgano, todo eso se da en las villas y lugares similares. Sobre ellas caen estereotipos, acusaciones, proyectos de imputación a menores. Eso es racismo.
Se vincula, claro, con la portación de rostro, con el origen, el apellido, el color de piel, y es producto también de un sistema que necesita de muchos desocupados para bajar las expectativas de la clase obrera, es decir, es un problema de clase social. Sin embargo, no debemos engañarnos: ese racismo por hacinamiento tiene otros condimentos que lo hacen singular. Allí encontramos a las instituciones más poderosas de la Argentina y de cada provincia concentradas en acorralar a esos habitantes, vigilarlos, atarlos a su destino de encierro, negándoles la serenidad, el sol, el paisaje, la dignidad, el trabajo decente.
La armonía
El Estado argentino es racista desde sus orígenes, y no ha cambiado. Los mismos que hoy cuestionan el sistema de esclavización de ayer, o las matanzas de gauchos, pueblos originarios, etc., suelen cerrar los ojos ante la continuidad del racismo por otras vías. Hoy con una marca: el hacinamiento. Podremos ver este flagelo en su real dimensión si volvemos a ese principio tan común y compartido en nuestros pueblos originarios que sirve para todos los humanos: la mujer y el hombre sin territorio, sin un lugar, un paisaje, no pueden desplegar sus talentos. No decimos que cada persona que llega al Estado, empleado raso o de jerarquía, sean racistas. No: la estructura es racista, y a ella se acomodan más o menos los que la transitan. (No ignoramos las excepciones, la resistencia voluntarista de algunos).
Puede haber personas no racistas, no discriminatorias, que metidas en un sistema racista actúen de esa forma. Grosfoguel dice que eso pasa, por caso, en universidades u organismos de seguridad. Y puede haber un partido no racista que, metido a gobernar un Estado racista, se mimetice. Recuerda que fue el estudioso Boaventura de Sousa Santos el que advirtió que nuestras universidades concentran la atención en autores de cinco países: Francia, Alemania, Inglaterra, Estados Unidos y, en menor medida, Italia. Y coincide en que los conceptos clásicos, fraguados en el norte de Europa, no se adaptan a la realidad de nuestros países. Mirando desde este ángulo podemos observar que el terrible destierro de centenares de miles de comprovincianos y su destino de hacinamiento, en muchos casos, es un flagelo invisibilizado precisamente por la colonialidad, es decir: por usar conceptos e interpretaciones que no encajan en nuestro mundo, que no tienen dónde ubicar nuestra historia. Arturo Jauretche se burlaba de eso con esta frase: "Si el sombrero existe, solo se trata de adecuar la cabeza al sombrero".
Macri no es víctima
Ahora admitamos que no hay una estructura, una institución que esté en condiciones de atacar a Macri. El Inadi puede interceder para calmar las aguas, es cierto. Pero una asociación aviesa de dos nombres no es más que un pinchazo propio de las campañas. ¿Por qué nos detenemos en esta noticia? Porque los organismos que deben velar contra el racismo nos entretienen en asuntos secundarios. Entonces ocurre esto: hay entidades dedicadas a combatir el racismo pero, al no abordar los asuntos centrales, terminan haciendo de placebos.
Están pero no están. ¿Qué hará el Inadi, como brazo del Estado, cuando advertimos que el principal operador racista es el Estado? El Inadi analiza discriminaciones por nivel socioeconómico, origen, color de piel, peso corporal, vestimenta, orientación sexual, discapacidades; todo está bien puntualizado en los mapas de la discriminación que están en la red. Pero al depender de categorías ajenas, no advierte lo que tiene ante las narices: el racismo por hacinamiento que involucra muchas de estas discriminaciones y otras en sinergia.
Es que el racismo por hacinamiento no se ve consultando a las personas individuales, sino mirando el conjunto, e interpela no a las poblaciones sino principalmente al poder, al Estado.
Como el perro
El Estado registra las discriminaciones y hace la vista gorda ante lo peor, el racismo, porque allí el Estado es garante principal. Típico de la colonización occidental con su mirada fragmentaria: los árboles le tapan el bosque. Y aquí podríamos sospechar que hay una complicidad, un pacto de silencio. Sus encuestas revelan que los pueblos originarios son discriminados, pero el Inadi discrimina a los pueblos originarios al desoír sus saberes que dicen que en el hacinamiento no hay personas, que el humano extirpado del paisaje no se halla.
La institución busca los hechos discriminatorios uno por uno, y no ve el paisaje racista Anota que los jóvenes son más discriminados, y no advierte que el hacinamiento sirve a un sistema que deja sobrantes sociales, y hace de cada persona un consumidor; fabrica estándares, uniforma para venderles a todos el mismo producto. Todos con la misma película, la misma gaseosa, la misma marca, los mismos gustos, el mismo sistema. Eso está en las antípodas del "vivir bien y buen convivir", que el Estado occidentalizado menosprecia. El racismo es institucional y desprecia parámetros que no convienen al poder. El estado es experto en desviar la atención. El Estado, por ejemplo, es responsable de las rutas y allí mueren 20 personas cada día, mayoría niños, triturados, torturados por un Estado que se desentiende de sus obligaciones. Y los gobernantes (presidentes, legisladores, gobernadores, jueces) hacen con las rutas y las villas la del perro que volteó la olla. Además de caros, son útiles a un sistema que hace agua.