Los
parámetros occidentales del conocimiento mantienen escondidas nuevas formas de
discriminación. El racismo está instalado hoy, en la Argentina del siglo XXI,
pero solo podremos escuchar sus gritos si nos liberamos de los tapones
cognitivos
por Tirso Fiorotto
De acuerdo a la definición que elijamos de
"racismo" alcanzaremos a ver ese flagelo solo en el pasado o también
en el presente; a la distancia o en el aquí y ahora. Pero hay modos de echar humo
para relativizar la realidad, sino esconderla, y el poder los conoce bien. Todo
lo que hagamos contra la discriminación negativa y el racismo es poco, ante
naciones, comunidades y grupos humanos que han sufrido atropellos. La obra del
Inadi en la estimulación de la conciencia es encomiable, y lo subrayamos aquí,
porque más abajo trataremos un aspecto del Instituto nacional contra la
discriminación, la xenofobia y el racismo que, sin desacreditarlo, opaca su
fama. Nos referimos a su pertenencia a un Estado que lleva el racismo en el
ADN, mal que nos pese, y por eso no lo ataca de lleno.
El poder hace la vista
gorda ante las mutaciones del racismo, entonces simula combatir los bichitos
con los mismos antibióticos que podían servir para el ayer, y hoy resultan
inocuos.
Bonfatti y Macri
Colocar en cercanía a
Mauricio Macri y Adolf Hitler es un insulto. Hacer barullo por eso, un
entretenimiento. Vayamos primero al ejemplo que provoca estas reflexiones. Dijo
el exgobernador santafesino Antonio Bonfatti: "De joven creía en ese
concepto que dice que el pueblo nunca se equivoca, perose equivocó con Hitler y
ahora se equivoca con Macri". Suerte que el pueblo acertó con Bonfatti,
diremos nosotros si se nos acepta la ironía. Pero convengamos que el socialista
intentó aludir a un hecho: que los votantes pueden acertar o equivocarse en sus
elecciones, debido a una multitud de factores. Ahora bien: el recurso de
nombrar los apellidos Hitler y Macri para que suenen al lado no deja de ser una
picardía, que encaja en una vieja falacia llamada "reducción a
Hitler", y se acerca más todavía al sofisma que busca deshonrar al otro
por asociación. Sin embargo, poca relación le vemos al asunto con la
discriminación y menos con el racismo.
Si el Inadi se abocara
al racismo verdadero, advertiría que este tema no da ni para una actuación de
oficio porque, al lado de otros problemas, es una tontería. Macri, exponente
del poder económico y además presidente, ¿víctima de discriminación? ¡Válgame
Dios! ¿Qué diremos entonces a las familias que hurgan en la basura? ¿Y a las
que se apiñan en una pieza?
Marca argentina
La dictadura que
sufrimos hoy se llama mercado y multinacionales. Agronegocios concentrados, con
transgénicos y glifosato, son política de Estado en la Argentina, con la
complicidad de sucesivos gobernantes. Ese sistema desembarcó cuando nuestra
región necesitaba revertir el proceso de desarraigo y destierro, y ya eran
evidentes los males del hacinamiento de millones en la periferia de las ciudades.
Precisábamos remedio y nos trajeron veneno, es decir: economía de escala,
capital financiero, pooles, agricultura sin agricultores. Más expulsión, mayor
uniformidad.
Hacemos hincapié en
ello porque entendemos que el amontonamiento en los barrios, como consecuencia
del éxodo en vastas regiones, es la principal marca de racismo de la actualidad
en la Argentina. El Inadi hace la vista gorda porque ese racismo que se expresa
de cuerpo entero en la villa miseria es fruto de las políticas de Estado. Y en
parte, porque no logra ver, así de sencillo, si se basa en parámetros
occidentales y por eso limitadísimos. Entre Ríos ha padecido por décadas
desarraigo y destierro, y en algunas ciudades: hacinamiento. Pero muchos
panzaverdes viven hoy con sus hijos y nietos afuera del territorio, y muchos de
ellos hacinados.
El sistema los empujó
como sobrantes a lugares donde se cultivan enfermedades sociales que se
potencian mutuamente, y que constituyen lo que decíamos: esa marca de racismo.
Pero la colonialidad que es madre en los sectores de poder relativiza ese
flagelo. Hasta que no vengan un francés, un alemán, un norteamericano a
escupirle al poder esta verdad en la cara no acusará recibo. En la Argentina
hay 4.100 villas o barrios populares, contadas por el propio estado. Allí
habitan millones de víctimas del sistema, en su mayoría niños, jóvenes,
ancianos privados de un horizonte. Pero el hacinamiento es un mal que se
reproduce también en otros barrios, no aqueja solo a las villas miseria. El
sistema aísla al ser humano de su entorno, lo distancia del árbol, el cielo, el
arroyo, las costumbres y los oficios ancestrales, la comunidad. Y de acuerdo a
los saberes de nuestros pueblos antiguos, el humano no puede desplegar sus
aptitudes si no es en un ambiente adecuado.
A medida que nos
resignamos al hacinamiento no esperemos sino roces, enfermedades,
frustraciones. Hay allí expresiones solidarias, bellos testimonios de
resistencia ante un mar de obstáculos, pero la comunidad es otra cosa.
Definamos racismo
Ramón Grosfoguel es un
sociólogo puertorriqueño que promueve, con otros, la corriente decolonial. Este
pensador dice que hay un consenso entre los estudiosos en este sentido: el
racismo es institucional, estructural. Los prejuicios, la discriminación por
estereotipos, no alcanzan a ser racismo.
Para que exista
racismo tiene que haber instituciones que afecten la vida de grandes
poblaciones de manera significativa; tiene que haber desempleo masivo, o grupos
asesinados por la Policía, persecuciones sistemáticas cotidianas, en fin,
violaciones de derechos desde lo institucional... Y ofrece estos ejemplos de
los orí- genes del racismo en los aledaños al año 1500 (siglo XVI) expresados
en genocidios/epistemicidios (destrucción de poblaciones y de saberes y maneras
de pensar): contra judíos y musulmanes en Al-Ándalus (península ibérica bajo
dominio árabe); contra habitantes del Abya yala (América), contra africanos
secuestrados (esclavización), y contra las mujeres ("brujas"). De
esta manera, Grosfoguel sostiene que el edificio del mundo moderno se cimentó
en prejuicios racistas y sexistas institucionales, además del capitalismo. La
modernidad se origina así no en la ciencia y la tecnología sino en el genocidio
y el epistemicidio, principalmente en nuestro continente saqueado. Hoy, la
falta de expectativas, la vida en condiciones por debajo de la línea de lo
humano, la discriminación negativa; y las respuestas de la juventud con
adicciones, violencia, desgano, todo eso se da en las villas y lugares
similares. Sobre ellas caen estereotipos, acusaciones, proyectos de imputación
a menores. Eso es racismo.
Se vincula, claro, con
la portación de rostro, con el origen, el apellido, el color de piel, y es
producto también de un sistema que necesita de muchos desocupados para bajar
las expectativas de la clase obrera, es decir, es un problema de clase social.
Sin embargo, no debemos engañarnos: ese racismo por hacinamiento tiene otros
condimentos que lo hacen singular. Allí encontramos a las instituciones más
poderosas de la Argentina y de cada provincia concentradas en acorralar a esos
habitantes, vigilarlos, atarlos a su destino de encierro, negándoles la
serenidad, el sol, el paisaje, la dignidad, el trabajo decente.
La armonía
El Estado argentino es
racista desde sus orígenes, y no ha cambiado. Los mismos que hoy cuestionan el
sistema de esclavización de ayer, o las matanzas de gauchos, pueblos
originarios, etc., suelen cerrar los ojos ante la continuidad del racismo por
otras vías. Hoy con una marca: el hacinamiento. Podremos ver este flagelo en su
real dimensión si volvemos a ese principio tan común y compartido en nuestros
pueblos originarios que sirve para todos los humanos: la mujer y el hombre sin
territorio, sin un lugar, un paisaje, no pueden desplegar sus talentos. No
decimos que cada persona que llega al Estado, empleado raso o de jerarquía,
sean racistas. No: la estructura es racista, y a ella se acomodan más o menos
los que la transitan. (No ignoramos las excepciones, la resistencia
voluntarista de algunos).
Puede haber personas
no racistas, no discriminatorias, que metidas en un sistema racista actúen de
esa forma. Grosfoguel dice que eso pasa, por caso, en universidades u
organismos de seguridad. Y puede haber un partido no racista que, metido a
gobernar un Estado racista, se mimetice. Recuerda que fue el estudioso
Boaventura de Sousa Santos el que advirtió que nuestras universidades
concentran la atención en autores de cinco países: Francia, Alemania,
Inglaterra, Estados Unidos y, en menor medida, Italia. Y coincide en que los
conceptos clásicos, fraguados en el norte de Europa, no se adaptan a la
realidad de nuestros países. Mirando desde este ángulo podemos observar que el
terrible destierro de centenares de miles de comprovincianos y su destino de
hacinamiento, en muchos casos, es un flagelo invisibilizado precisamente por la
colonialidad, es decir: por usar conceptos e interpretaciones que no encajan en
nuestro mundo, que no tienen dónde ubicar nuestra historia. Arturo Jauretche se
burlaba de eso con esta frase: "Si el sombrero existe, solo se trata de
adecuar la cabeza al sombrero".
Macri no es víctima
Ahora admitamos que no
hay una estructura, una institución que esté en condiciones de atacar a Macri.
El Inadi puede interceder para calmar las aguas, es cierto. Pero una asociación
aviesa de dos nombres no es más que un pinchazo propio de las campañas. ¿Por
qué nos detenemos en esta noticia? Porque los organismos que deben velar contra
el racismo nos entretienen en asuntos secundarios. Entonces ocurre esto: hay
entidades dedicadas a combatir el racismo pero, al no abordar los asuntos
centrales, terminan haciendo de placebos.
Están pero no están.
¿Qué hará el Inadi, como brazo del Estado, cuando advertimos que el principal
operador racista es el Estado? El Inadi analiza discriminaciones por nivel
socioeconómico, origen, color de piel, peso corporal, vestimenta, orientación
sexual, discapacidades; todo está bien puntualizado en los mapas de la
discriminación que están en la red. Pero al depender de categorías ajenas, no
advierte lo que tiene ante las narices: el racismo por hacinamiento que
involucra muchas de estas discriminaciones y otras en sinergia.
Es que el racismo por
hacinamiento no se ve consultando a las personas individuales, sino mirando el
conjunto, e interpela no a las poblaciones sino principalmente al poder, al
Estado.
Como el perro
El Estado registra las
discriminaciones y hace la vista gorda ante lo peor, el racismo, porque allí el
Estado es garante principal. Típico de la colonización occidental con su mirada
fragmentaria: los árboles le tapan el bosque. Y aquí podríamos sospechar que
hay una complicidad, un pacto de silencio. Sus encuestas revelan que los
pueblos originarios son discriminados, pero el Inadi discrimina a los pueblos
originarios al desoír sus saberes que dicen que en el hacinamiento no hay
personas, que el humano extirpado del paisaje no se halla.
La institución busca
los hechos discriminatorios uno por uno, y no ve el paisaje racista Anota que
los jóvenes son más discriminados, y no advierte que el hacinamiento sirve a un
sistema que deja sobrantes sociales, y hace de cada persona un consumidor;
fabrica estándares, uniforma para venderles a todos el mismo producto. Todos
con la misma película, la misma gaseosa, la misma marca, los mismos gustos, el
mismo sistema. Eso está en las antípodas del "vivir bien y buen
convivir", que el Estado occidentalizado menosprecia. El racismo es
institucional y desprecia parámetros que no convienen al poder. El estado es
experto en desviar la atención. El Estado, por ejemplo, es responsable de las
rutas y allí mueren 20 personas cada día, mayoría niños, triturados, torturados
por un Estado que se desentiende de sus obligaciones. Y los gobernantes
(presidentes, legisladores, gobernadores, jueces) hacen con las rutas y las
villas la del perro que volteó la olla. Además de caros, son útiles a un
sistema que hace agua.