Cada uno de
nosotros tiene un mensaje, algo que decirles a los demás, una idea que al otro
no se le ocurrió, una experiencia que el otro no vivió.
De la misma
manera el otro tiene un mensaje para mí, algo que decirnos a nosotros, una idea
que a mí no se me ocurrió, una experiencia que nosotros no vivimos.
Sin embargo,
“Occidente siempre ha tenido una
dificultad para acoger al otro. Su estrategia predominante ha sido negarlo, ya
sea mediante la incorporación, el sometimiento o la pura y simple destrucción.”
Nos dice Leonardo Boff. “El carácter
imperial de Occidente se funda en su presunción de ser el mejor en todo, la
punta más avanzada del espíritu en el mundo”. Quizás por eso muchas
culturas consideradas como más espirituales que esta greco-romana que nos tocó
heredar, hacen del escuchar una acción mucho más sabia que la de hablar. Un
proverbio que, según cuentan, es de
origen árabe, dice que Dios nos dio dos orejas y una sola boca, porque
necesitamos escuchar mucho más de los que hablamos.
“Pero en Occidente encontramos también otra
vertiente que lo cura de esta arrogancia: la tradición judeocristiana.”
Continúa Boff. “En esta tradición el otro
es todo porque a través de él se da el amor y en él se esconde Dios, que
también se hizo otro. En dicha tradición se dice: «Haz justicia al huérfano y a
la viuda... Amad también al extranjero pues fuisteis extranjeros en Egipto»
Todos estos son el otro…”
Con esta
consigna de escucharnos para aprender, sin ánimo de debate intrascendente, sino
de intercambiar ideas, anhelos, proyectos, deseos, experiencias, visiones de la
realidad, nos reunimos el jueves pasado con un grupo de unas 20 personas
alrededor de tres ”viejos sabios“ de la tribu larroquense.
“En el fondo, todo pasa por el otro, pues
sin el diálogo con el tú no nace el verdadero yo, ni surge el nosotros que crea
el espacio de la convivencia y de la comunión.”
Cuesta
escuchar. “La mayoría de las filosofías
de Occidente se centran en la identidad, dejando poco espacio para la alteridad.” Nos avisa
Boff. Todos queríamos decir nuestras cosas, así que es muy probable que nos
perdiéramos de escuchar partes de lo que Roberto, Ilda y Silvia tenían para
contarnos. No obstante, tratamos de rescatar los aspectos medulares de sus aportes.
Roberto
Torres rescata de Larroque la igualdad social, “verdadero crisol de razas” nos
dice, “éramos todos iguales, no había mala intención, nadie le faltaba el
respeto a nadie”. Ve que han cambiado muchas cosas más allá del progreso
tecnológico, el pueblo se hizo más grande, ya no todos nos conocemos y entonces
nos preocupamos menos por el otro. Los tiempos se aceleraron y no nos tomamos
ni siquiera un rato para sentarnos a dialogar. “Me duele ver algunos sectores
juveniles como con pocas ganas, desorientados” y dice sentirse un poco
responsable como mayor, porque quizás no supo transmitir las ideas; deberíamos
saber explicarles que no todo se les debe a ellos por el sólo hecho de ser
jóvenes, que el pueblo tiene una historia y que al lugar en el mundo hay que
ganárselo. Manifiesta su esperanza en que estos cambios sean para bien. “Me
gusta mi pueblo, pero hay mucho por hacer”.
Silvia De Zan
nos muestra una mirada más optimista en cuanto a los jóvenes larroquenses;
coincide en el aceleramiento que produce la modernidad, “no nos hacemos tiempo para los chicos”, pero
cree que hay muchos jóvenes que demuestran que cuando se les plantean
propuestas interesantes pueden hacerse responsables y trabajar con objetivos
comunes. Ve que si bien hay falencias, el pueblo y su gente han mejorado, que
las generaciones intermedias hacen lo que pueden para seguir mejorando. Ve como
un valor la mayor libertad para tomar decisiones; “antes se hacían más cosas
por obligación”, ahora se hacen las que surgen de la propia interioridad de las
personas. Entiende que el pueblo conserva su idiosincrasia en medio de la
sociedad consumista actual, la gente se sigue reuniendo, compartiendo.
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Les
preguntamos como ven el futuro para Larroque, qué cosas positivas tiene, qué
cosas le faltan, y aquí se produce un interesantísimo intercambio de ideas.
Algunos piensan que las escuelas, el reunir a todos los sectores en un mismo
lugar, han sido uno de los principales factores de igualdad y unidad en el
pueblo, no obstante ello, otros piensan que está haciendo falta otra escuela
primaria más afuera del centro. Todos ponderan el arbolado de calles y parques,
cuando se lo deja crecer, y fundamentalmente los servicios en general, que
están bien organizados; critican en desprolijo entramado de cables de todo
tipo. Otro aspecto valorable es la ausencia de viviendas precarias y ven como
muy importante que muchos jóvenes vuelven a trabajar en el pueblo después de
estudiar alguna carrera.
A partir de
este momento se sirve una mesa variada que incluye como novedad gastronómica
unos piñones de araucaria, el pehuén de los pehuenches, cocidos por Carolina y
la conversación fluye libre y erráticamente.
En síntesis
una muy apreciada oportunidad de intercambio, de encuentro con “el otro”, a la
que la mayoría de los concurrentes acuerdan en considerar como valorable, que
intentaremos continuar en el tiempo.
Volviendo a
L. Boff “Este legado occidental de la
tradición judeocristiana, centrada en el otro, nos ofrece una de las bases para
la convivencia posible y necesaria en el mundo globalizado. La base debe ser
ética más que política. Una coalición de valores que se funde en la
hospitalidad y en la acogida incondicional del otro en cuanto otro, en el
respeto a su cultura y la disposición a hacer una alianza duradera con él. O
hacemos esto o perderemos las razones para vivir juntos en la misma Casa Común.”
Gracias
Silvia, Ilda y Roberto y a los amigos que nos acompañaron por hacer esta
convivencia ética, una utopía posible y deseable.
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