viernes, 18 de noviembre de 2011

Tierra que Anda 10: Diversidad

El bosque es más que un conjunto de árboles: el elogio de la diversidad

Los pueblos originarios de Abya Yala, nuestra América, lo sabían sin necesidad de tratados de filosofía. Todas las culturas antiguas de todos los continentes vivían con este principio, aunque no lo expresaran formalmente: “la comunidad es más que la suma de sus individuos”. La comunidad es tan central, tan substancial, que sus miembros no dudaban en ofrecer su vida en las batallas por esa comunidad; la tribu, los clanes, las aldeas… se constituían, se organizaban en función de la vida comunitaria, alrededor de los espacios comunes: el mercado, la plaza, la Iglesia, el ágora, la sinagoga, la cocina familiar, el patio. Porque en ese contacto diario, en ese intercambio permanente, se cubrían las necesidades primarias; cada uno hacía su aporte a la subsistencia del conjunto: el cuidado de los críos, de los ancianos, de los enfermos, la construcción de las viviendas, la alimentación, la vestimenta.
"Entre dos no digo a un pampa, a la tribu si se ofrece" le hace decir José Hernández a su Martín Fierro, dándose cuenta de la multiplicación de posibilidades (y no la suma) que produce la comunidad. Porque en esa comunidad están el que tiene y el que necesita, el que sabe o tiene un oficio y el que aprende, el que puede y el que quiere, el que cría y el que crea, el que atiende los males del cuerpo o del alma, el que organiza, el niño y el anciano…
Cuanto más integrada y unida fuera esa comunidad, más firmes y duraderos serían los vínculos, que se convierten entonces en un componente real del grupo, vínculos con densidad propia que gravitan profundamente en la conformación y el desarrollo de la comunidad. Vínculos que la modernidad ha licuado, (como le escuchábamos decir hace unos días al Padre Jorge Leiva, citando a un autor ruso cuya filiación no retuvimos), promocionando un individualismo exacerbado que no nos deja ver al otro y a lo otro como parte de mí mismo.
Pero no hay modernidad para el bosque, su evolución guarda los ancestrales ritmos naturales. De la misma manera que nuestras comunidades primarias, el monte vive por la diversidad y relación de sus elementos, adaptados al lugar y al clima donde se desarrollan.
Los árboles, las enredaderas, los arbustos, los yuyos, las hierbas, los pájaros, los insectos, los hongos, las bacterias… todos en una trama viva y vital en la que el individuo está en un segundo plano, porque lo que importa para la supervivencia es la especie, el conjunto… y el equilibrio del proceso.
El hombre obtiene y utiliza los frutos del monte, su alimento, sus vestidos, sus herramientas, sus símbolos. Inclusive lo modifica en una escala que no pone en riesgo su permanencia en el tiempo. Hasta que un día decidimos acumular, es decir producir más de lo que necesitábamos. Creímos que el ritmo natural no era suficiente, que había que apurarlo en el tiempo y la cantidad. Talamos el monte, porque es lento y económicamente inviable y las sociedades avanzadas necesitan más alimentos, más vestimenta, más madera, más papel, más combustible para obtener más energía para una maquinaria desbastadora que ya no se puede parar. Cambiamos el algarrobo milenario y el quebracho por el eucaliptus y la soja.
La Ecología y la Economía pudieron ser ciencias hermanas en el cuidado del hogar común, si no fuera por el afán de lucro que ha contaminado nuestras relaciones en esta cultura consumista en la que repetimos, sin análisis ni conciencia, las frases del marketing de las grandes multinacionales: “somos 7000 millones de seres en el mundo que hay que alimentar”, pero no reflexionamos que cuanto más montes talamos, más objetos de consumo producimos, más energía buscamos para alimentar el crecimiento desmedido de las sociedades ricas y consumistas, más personas y más pueblos quedan al margen del verdadero desarrollo, porque no logran el acceso a esos alimentos ni a esas energías, porque les modificamos la cultura y el hábitat, los dejamos sin el monte, les quitamos sus símbolos y los envenenamos.
Pero este es un programa que busca proponer, quizás no soluciones, pero sí alternativas, otras formas de ver, y actuar. La crítica al modelo es inevitable pero: ¿qué podemos hacer hoy aquí en Larroque?. ¿Cuál es nuestra situación?.

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