lunes, 14 de enero de 2019

Encuesta del vivir bien y bello y buen vivir


Conclusiones 
·         Junta Abyayala por los Pueblos Libres –JAPL-
·         Programa Por Una Nueva Economía, Humana y Sustentable de la Facultad de Ciencias de la Educación de la UNER
·         Colectivo Trabajadores Por la Ventana
·         Grupo de Reflexión Ambiental Mingaché

El estudio se realizó en homenaje a la familia de campesinos Gill Gallego, desaparecida hace 17 años.
María Ofelia Gill,
Osvaldo José Gill,
Sofía Margarita Gill,
Carlos Daniel Gill,
Noma Margarita Gallego
y Rubén José Mencho Gill,

Alejarse de la tierra y relegar saberes alimentarios, un proceso de corrupción que puede revertirse

Un relevamiento entre personas de treinta ciudades y zonas rurales de nuestra provincia registró dificultades que padecen las comunidades entrerrianas para acceder a un espacio que les permita la producción propia de alimentos, y reveló una extrema dependencia de alimentos con origen en un circuito ajeno a la vecindad. La “Encuesta del vivir bien”, realizada durante 2018 por cuatro organizaciones sociales, logró testimonios auténticos del distanciamiento paulatino de las familias con las fuentes de sus despensas, y con los saberes regionales, pero a su vez mostró una cierta avidez de mujeres y varones, mayoría jóvenes, por conocer oficios campesinos y por vivir más tranquilos.
El estudio realizado en ciudades como Paraná, Concordia o Gualeguaychú y localidades más pequeñas como El Quebracho, Avigdor, Villa Urquiza o Larroque, constató una ampliación de la brecha entre la mesa de las familias y la huerta, el gallinero, el corral, el monte o el río; y desnudó una descomposición de los conocimientos populares en esa materia, a raíz del abrupto éxodo rural y del proceso de urbanización con tendencia al amontonamiento.
El documento que transcribe las respuestas contiene expresiones impactantes sobre la corrupción de las prácticas comunitarias y los saberes heredados, sea por el abandono de la vida campesina o por el hacinamiento en los barrios, ambos resultados de un sistema que no da respuestas al ser humano ni al resto de la biodiversidad, si se considera que los mismos testigos denuncian problemas gravísimos de contaminación ambiental.
Pese a todo, la experiencia puso al descubierto una poco explorada sintonía entre los entrerrianos de distintas latitudes con la vida campesina. Al correr de las charlas realizadas en distintos ámbitos, los entrevistados mostraron un interés creciente (durante el breve encuentro), en las actividades de la granja familiar y la economía sostenible que, hasta allí, a muchos no se les mostraba como alternativa. En algunas aulas, por caso, las chicas y los muchachos dieron señales de entusiasmo por un camino que no estaba en sus planes. Esa actitud podría alimentar proyectos integrales ambiciosos, en los sectores ocupados de modo práctico en el futuro socioeconómico de la provincia.
Más allá de las respuestas registradas, uno de los hallazgos que marcan los encuestadores es, precisamente, el ánimo en alto de los entrevistados (que a veces no se expresa en palabras) para encarar la relación del ser humano con la Pachamama (madre tierra en equilibrio); la buena disposición para los intercambios en torno de la biodiversidad, la armonía y los alimentos frescos, el vivir bien y buen convivir. Incluso aquellos que no ven posible hoy el trabajo o la vida comunitaria, por los roces en el barrio, dejan entrever que les agradaría pero la situación no lo permite por ahora.
Las dificultades para tener una chacra, la soledad en el campo por el cierre masivo de plantas que generan arraigo (como el tambo), los obstáculos para la comercialización de los productos y la ausencia de servicios elementales (caminos, por caso), fueron algunos de los puntos más comentados entre los encuestados en zonas rurales. En los barrios urbanos sobresalieron los problemas vinculados al hacinamiento, la violencia y las drogas.
“Los  chicos del barrio (Pancho Ramírez de Paraná) no prevén el futuro, viven el presente. Son albañiles, trapitos o están ‘en la fácil’. Pero tomarían una alternativa si se la ofrecieran,  salvo los que ya ‘tomaron otro camino’”. Eso dijo un encuestado. Con “la fácil” y “otro camino” se refería al robo y al último eslabón del narcotráfico.
Hubo ejemplos muy precisos en torno del quiebre de un tipo de vida vinculado a la huerta y las aves, en nuestro territorio, para pasar a una casa pequeña o un departamento, de modo que entre abuelos y nietos se esfumaron conocimientos, modos, técnicas, o peor aún: se lesionó la familiaridad con la tierra. Pero resulta muy ilustrativo observar diversas experiencias, en el mismo territorio, algunas como alerta, otras para la esperanza.

En memoria de los Gill Gallego

El relevamiento de tipo cualitativo fue encarado durante seis meses de 2018 por cuatro organizaciones sociales; la Junta Abyayala por los Pueblos Libres, el Programa Por Una Nueva Economía, Humana y Sustentable de la Facultad de Ciencias de la Educación de la UNER, el Colectivo Trabajadores Por la Ventana, y el Grupo de Reflexión Ambiental Mingaché, en este caso con un exhaustivo estudio en Larroque bajo el lema “Mingaché escucha”.
Las entidades difundieron una síntesis de las conclusiones bajo esta dedicatoria: “Estudio dedicado a María Ofelia Gill, Osvaldo José Gill, Sofía Margarita Gill, Carlos Daniel Gill,Noma Margarita Gallego y Rubén José Mencho Gill, a 17 años de su desaparición”.
La decisión de escuchar, entre docentes, periodistas, historiadores, cooperativistas, dirigentes sociales, cerró un primer capítulo que consistió en 27 encuestas grupales, en las que fueron entrevistadas más de 250 personas que conocen una treintena de comunidades grandes y pequeñas, en algunos casos tomando diferentes barrios. En el listado de localidades mencionadas por los entrevistados figuran Alcaraz, Antonio Tomás, Avigdor,Basavilbaso, Brugo, Cerrito, Colonia Avellaneda, Colonia Crespo, Colonia Rivadavia,Colonia San Martín, Concordia, Diamante, El Pingo, El Potrero, El Quebracho,Gualeguaychú, Hasenkamp, Hernandarias, Ibicuy, La Balsa, La Piragua, Larroque, Las Tunas, Maciá, María Grande Segundo, María Grande, Mojones Sur, Nogoyá, Paraná,Rincón del Doll, Santa Elena, Tabossi, Viale, Villa Celina, Villa Urquiza, Villaguay.
La Encuesta del vivir bien y bello y el buen convivir fue lanzada el pasado 22 de abril enhomenaje al Día internacional de la Madre Tierra, cuando recibieron los reconocimientos “Conciencia Abyayala”, en Paraná, Nora Cortiñas, Damián Verzeñassi y Rafael Lajmanovich, por su contribución a la protección el ambiente y la conciencia ecológica.
Allí los organizadores de la encuesta explicaron que se proponían “conocer las expectativas en zonas urbanas y rurales en torno de la vida en armonía con la naturaleza y la producción de alimentos sanos y en cercanía, indagar en las posibilidades de promover chacras biológicas comunitarias, y tomar conciencia de la distancia actual entre el ser humano, la naturaleza y el cultivo de los alimentos, y de los efectos degradantes de ese distanciamiento en las personas y en todas las especies”.
La persistencia del proceso de éxodo rural y hacinamiento urbano generó la idea de escuchar a la vecindad, por ser Entre Ríos la provincia con menor crecimiento demográfico del país en las últimas ocho décadas, fenómeno atribuido a la expulsión de habitantes principalmente.
Los comentarios de los encuestados están concentrados en un documento de casi 80 páginas.

Tierra para pocos

La encuesta se dirigió a estudiantes, docentes, amas de casa, individuos, grupos, familias, que dieron testimonios a veces sorprendentes sobre expectativas, modos de organización y esfuerzos sin estímulos, con diferencias marcadas entre unos y otros, y con un punto de intersección: la pobreza entre campesinos y la pobreza en las familias de barrios urbanos.
Aquí, algunos puntos sobresalientes de las respuestas, bajo la letra y la interpretación de los propios encuestadores.
1-Lejos de la tierra y los alimentos: la mayoría de las personas encuestadas no tiene acceso a la tierra, y consume alimentos que no son producidos por ellas o sus familias. En las ciudades más pobladas, algunos grupos reconocieron que compran todos sus alimentos, es decir, no producen nada de nada, y la mayor parte de ellos les llegan desde afuera de su zona, aunque allí abunden los suelos feraces y el agua. Comprobamos la existencia de barrios muy humildes en los que no hay huertas ni gallinas, es decir: ningún alimento de casa y muy pocos de cercanías. En los barrios, la pérdida de vínculos con la producción es tal que no se escuchan planteos importantes o masivos sobre el acceso a la tierra para cultivar algo, como sí se comenta la necesidad de terrenos donde vivir. No pocos contaron que la familia construye en el mismo predio de padres y abuelos, y se priva así de espacios verdes donde cultivar algo. Los entrevistados encuentran costosos los loteos urbanos, casi inaccesibles para muchos; los más vinculados al campo saben que hay espacios alejados más baratos, pero sin servicios (caminos, agua, electricidad). Suponen que el espacio necesario para la producción es reducido (una a cuatro hectáreas), y entienden que la viabilidad depende de servicios y cierta reorganización del comercio. Algunos presumen que, aunque produzcan, nadie les comprará, porque esa ha sido su experiencia, dado que los circuitos comerciales establecidos no los contemplan. Las respuestas nos llevan a reflexionar en torno del sistema que permite la compra de parcelas con fines de especulación inmobiliaria en zonas cercanas a las viviendas actuales; y a la progresiva concentración de la propiedad y el uso de la tierra, con una economía de escala que se sostiene en distintas gestiones de gobierno. Pero más aún: la naturalización de la distancia de las familias con la producción de sus alimentos, cuando la casi totalidad de sus ingresos se destina precisamente al plato.
2-Escuelas agrotécnicas: en los entrevistados de localidades vinculadas a la actividad rural o escuelas agrotécnicas se nota una dinámica en torno de diversos rubros de la producción. La diferencia es notable si se compara con barrios de ciudades grandes. Eso lleva a pensar en la posibilidad de consensuar cambios en la producción de alimentos desde los sectores más cercanos a esa actividad, y que en simultáneo ellos transfieran esos conocimientos y colaboren con aquellos menos relacionados, es decir, se promueva un círculo virtuoso. Hay reservas de conocimientos sobre alimentos, y se nota muy especialmente en escuelas agrotécnicas y pueblos pequeños, y eso permite pensar en darles mayor impulso y tender puentes, para aventar las “soluciones” centralizadas que suelen menospreciar los modos locales, zonales. Así, cada zona podría contar con su propio color.
3-Perros: comprobamos el espacio harto escaso para las familias en las zonas urbanas, y la ocupación de esos espacios mezquinos con perros principalmente. Los perros fueron mencionados por distintas razones en una decena de oportunidades. Los entrevistados aceptan que ocupan mucho del poco espacio que tienen, de manera que ni los perros ni las personas logran un estado de comodidad. A veces viven en las calles con los consiguientes riesgos para los vecinos, y otras veces molestan a los humanos por los ataques a los animales de corral. El amontonamiento de las familias, con escasa planificación, hace que las mascotas desplacen actividades vinculadas con los alimentos sanos y cercanos. No vemos que mascotas, huertas, gallineros sean excluyentes, si se aborda la problemática desde el equilibrio. Tomamos como ejemplo este tema, porque muestra que pequeñas variaciones en las costumbres, a partir de la conciencia sobre los alimentos sanos, pueden abrir espacios impensados, incluso en parques públicos.
4-Fuentes de trabajo: en las zonas más vinculadas al campo los encuestados son conscientes de la clausura abrupta de fuentes de trabajo y arraigo como los tambos, en pocas décadas. Son testigos del cierre de chacras, como una de las razones del desarraigo y el destierro durante mediados y fines del siglo 20 y principios del siglo 21. Testimonio en Villa Urquiza: “hace veinte años la Escuela Agrotécnica logró reunir sesenta tambos pequeños y medianos, para buscar precio en fábricas que pagaban mejor por cantidad. De esos 60 tambos hoy queda sólo uno: el de la Escuela. El panorama en ese rubro es desolador, en la economía familiar”.
5-Distancia: la distancia creciente entre la vida rural y urbana se nota en el desconocimiento de muchos sobre las experiencias del otro, y las burlas generadas por oficios que se practican muy cerca pero, a algunos entrevistados, les parecen de otro planeta. Aun así, cuando se formó un clima durante la encuesta en torno de la problemática de los alimentos y el trabajo, se recibieron comentarios que demostraban interés en el asunto. Eso dejó la impresión de que los temas están lejos porque de ellos no se habla o se habla muy poco, pero eso no equivale a indolencia o apatía. Notamos un cambio a medida que nos introducíamos en el meollo de la temática. En principio, en zonas urbanas, los entrevistados se mostraban distantes, como que eso no era lo suyo. Pero a medida que algunos contaban sus vidas, sus saberes a través de abuelas y abuelos, amigos, tíos, en fin, se lograba una apertura a experiencias que ni sus propios compañeros ni sus profesores habían escuchado. El distanciamiento del campo y la ciudad ha sido severo en pocas décadas, y por eso mismo, porque es reciente, quedan vasos comunicante, y los mismos entrevistados se sorprenden con esa herencia familiar, desgastada pero viva. No en bienes materiales, sí en gustos, historias a veces idealizadas. Con excepción de los estudiantes de las escuelas agrotécnicas, la mayoría de los encuestados dijo que los conocimientos que poseían fueron transmitidos por la familia.
6-Transmisión oral y capacitación: un ejemplo de esa transmisión de conocimientos lo vemos en esta respuesta registrada por entrevistadores de Larroque: “la gran mayoría recuerda hacer huerta desde pequeños con sus padres o abuelos… ‘en cualquier pedacito de tierra plantábamos algo’ y si bien reconocen haber olvidado muchas cosas, también recuerdan muchas otras y piensan que con un tiempo de práctica y alguna orientación profesional recuperarían las olvidadas”.
Al contrario de lo que podríamos esperar en sectores urbanos que se muestran distantes de la producción de alimentos (aun sin menospreciar los oficios), cuando preguntamos sobre las posibilidades de capacitación en huerta, apicultura, tambo, avicultura y otros rubros encontramos receptividad. Es decir, incluidos aquellos jóvenes que ya tienen decidido cursar estudios no vinculados a la tierra (enfermeros, policías, docentes, etc.), asistirían a talleres de capacitación; la mayoría de los consultados dejó las puertas abiertas.
7-Expectativas y desconfianza: el mayor espacio para vivir con tranquilidad despierta expectativas en los entrevistados. No muestran esa alternativa de inmediato en los barrios urbanos, pero a medida que reflexionan, se escuchan mutuamente y se crea el ambiente propicio, dejan fluir una actitud favorable, con alegría.
Si el mayor espacio para vivir y trabajar seduce, no se nota lo mismo en torno de la vida y el trabajo comunitarios. Aún después de conversar un rato sobre tradiciones cooperativas, beneficios, aspectos propicios de la vida comunitaria y los sistemas de reciprocidad milenarios, en general las respuestas de los encuestados en los barrios se inclinaron por el trabajo individual, a lo sumo familiar. La vida ultra urbana alejada de la producción de alimentos parece una problemática mucho más fácil de abordar que la vida individualista, consolidada por la falta de confianza en la vecindad. Los comentarios fueron, en algunos casos, demoledores para graficar la desconfianza reinante.
Dijo un encuestador de Gualeguaychú sobre la relación comunitaria: “creen en esa forma de trabajo, pero dicen que el mayor impedimento está dado por lo complejo que se han vuelto las relaciones entre las personas. Hay mucho celo y especulación. En ese sentido, Julio asegura que ‘las medias sólo sirven pa’ los pieses’”.
Otro ejemplo en un barrio del oeste de Paraná: “Los vecinos son una lacra de mierda”, “son malas personas, se roban mutuamente”. Anotamos estas frases porque resultaron habituales.

Contradicciones

Esa falta de confianza se muestra, en muchos casos, irreversible, pero no sin contradicciones. Algunos se quedarían en su lugar porque se sienten cómodos donde están, pero no harían algo junto a sus vecinos, e incluso prefieren que sus hijos estudien lejos de allí. En escuelas agrotécnicas, en cambio, los estudiantes y docentes se muestran más familiarizados con la posibilidad de encarar actividades comunitarias. Escuchamos manifestaciones entusiastas en torno a la posibilidad de trabajos asociativos en algunas escuelas agrotécnicas, en las antípodas de las experiencias de algunos barrios urbanos.
Pese a la abundancia y contundencia de las manifestaciones sobre el deterioro de la vida social en barrios amontonados, dejamos constancia de que este flagelo requiere estudios más detenidos, porque las respuestas espontáneas corresponden en general a jóvenes que se muestran muy tocados por un pasado reciente, de diez o quince años, que abarca toda su vida consciente. Hay otros elementos que podrán mostrar fibras de una vida comunitaria, fibras que darían paso a una reanimación desde adentro.
En algunos casos observamos un deterioro en el sentido de pertenencia, al punto de la desconfianza con los de la propia clase social y vecindad; un desprestigio naturalizado. Es lo que algunos autores observan en los colonizados, listos para reconocer virtudes en los colonizadores pero no a la vuelta de la esquina. Sin embargo, la cordialidad, el buen trato, la excelente disposición e incluso el modo sincero de sus relatos, y cierto empaque en muchos de ellos, habla, en cambio, de una vecindad con terreno fértil para el diálogo, la comprensión, el intercambio y la superación de dificultades con actitud. Es decir: lo que los entrevistados decían de su entorno social se chocaba con lo que los encuestadores veían en ellos mismos, como miembros de esa vecindad, llenos de energía positiva y proyectos, capaces de conversar en profundidad sobre temas comunes.
No encontramos personas que se mostraran totalmente desinteresadas en la problemática de la relación con la tierra, y en ella la vivienda, los alimentos, el trabajo. Si bien en zonas rurales o pueblos pequeños esa relación se presenta más natural, en zonas urbanas registramos un respeto por el tema que por ahí sorprende. Esas respuestas desbarataron los conocidos prejuicios, que postulan una cierta incapacidad o desinterés de las y los jóvenes de los barrios urbanos por la producción. Notamos allí, al contrario, un interés por conocer. No fueron pocos los casos en que la juventud lamentó que no hubieran huertas en los colegios, por caso. Los reproches a los profesores fueron con humor. Pero también allí, una contradicción, porque algunos que podían colaborar en casa con la huerta, la veían como cosa de viejos, como algo distante. Es decir, falta por ahí un detonante o un conjunto de condiciones objetivas, para que la alternativa latente se convierta en expectativa, para que el trabajo con la tierra recupere un prestigio. Este punto nos pareció esencial.
8-Éxodo: la problemática del desarraigo y el éxodo está más visible en las sociedades campesinas. Allí los consultados hacen extensas referencias a las taperas. “Donde yo vivía  éramos unas cuarenta familias, ahora hay tres. Tenían poco campo, se murieron los padres y vendieron o arriendan. El éxodo es marcado”, manifestó una docente en Cerrito. Otro caso: en la zona de Colonia Rivadavia, “éramos diez vecinos, ahora quedan dos”.
En los barrios encontramos vecinos llegados de distintos lugares de la región, o con padres o abuelos campesinos, es decir, ellos mismos protagonistas de las migraciones forzadas; pero no apareció un planteo crítico sobre esa situación. Entendimos que son víctimas de desplazamientos pero no conscientes del fenómeno integral; escuchan hablar del éxodo como algo que sufren otros, y es que admiten que, al contrario, sus barrios crecen en cantidad.
9-Contaminación: notamos una especial preocupación por la salud ambiental. En Concordia, los docentes y estudiantes se mostraron entusiasmados con la recuperación de un “Sendero” a orillas del río Uruguay. Las actividades fuera del aula les resultan particularmente atractivas.
En casi todas las consultas, la mayor inquietud se dio en torno de los basurales en los arroyos, las bolsas de nylon desparramadas en los montes, los fluidos de alguna industria hacia los cursos de agua, y las fumigaciones con agrotóxicos, tema reiterativo en distintos lugares: “Mi cuñada se encierra con mis sobrinos cuando  fumigan”, contó una docente. “En Villa Urquiza una persona casi muere de asfixia junto al colegio de las monjas”, agregó otra.
También se escucharon reclamos por el esparcimiento de bidones de agroquímicos usados; los perros callejeros; la tala; la falta de planificación urbana. Y lo mismo por los riesgos de las fábricas de acumuladores, los frigoríficos de aves, las chancherías o los feedlot y las papeleras cerca de los centros poblados; el tratamiento de los residuos, los basurales a cielo abierto, el uso excesivo del automóvil particular, la proliferación de “plagas” que comen las frutas y los granos; los arroyos con basuras (aceitosos), los cursos de agua donde antes se pescaba y hoy no existen peces, la falta de cloacas (abundan pozos negros que contaminan las napas), los olores de piletas de decantación, el abuso de cazadores, la quema de contenedores por vándalos…Los inquietudes parecen inconexas, pero no es difícil ver que se vinculan con un sistema que necesita sostener la tasa de ganancia, y por eso depreda.
10-violencia y droga: en los barrios urbanos surgió con mayor fuerza la problemática de la inseguridad, la violencia y la proliferación de adicciones en los jóvenes. Cuando preguntamos lo negativo del barrio, aparecieron la violencia y la droga. Veamos esta expresión de encuestadores en Gualeguaychú: “En cuanto a la vida en el barrio, dicen que ellos viven bien y tranquilos, pero les preocupa severamente la situación de los más jóvenes, afectados por las drogas. Aseguran que la mayoría de los jóvenes del barrio no tienen futuro. La mayoría, salvo excepciones, son adictos, no trabajan ni estudian, y se encuentran en una situación de absoluta marginalidad”.
Ahora veamos lo que dice un joven que estudia en Villa Urquiza pero ha vivido en un barrio de Paraná: “en el Pancho Ramírez no hay oportunidades sino discriminación.  Lo veo en mi  familia. Mi papá estuvo preso y tiene tatuajes y le niegan trabajo. Creo que mi papá se hizo delincuente después de que le mataron el padre”.
11-Soledad: al tiempo que todos, casi sin excepción, aprecian la tranquilidad de la vida campesina, algunos campesinos comentaron el problema de la soledad, que los llevó a emigrar como en una sucesión negativa: cuanta más despoblamiento, más soledad, y viceversa. También hay vecinos más urbanos que dudan de vivir en el campo, por la soledad. En el barrio son conscientes de la cercanía de servicios como la educación, la salud, el comercio…
Rescatamos esta explicación de un encuestado en Avigdor:  Antiguamente se prefería la vida del campo pero hoy es tal ‘la soledad del paisaje’ que la mayoría prefiere vivir en un pueblito o ciudad pequeña y viajar todos los días al campo a trabajar. De hecho es tanto el aislamiento (ni hablar en temporadas de lluvias) que se van generando adicciones (alcoholismo por ejemplo), lo que sumado a otras vivencias termina en violencia doméstica (aclaro que no estoy justificando la violencia de ningún tipo). Sé de casos de mujeres que están solas todo el día en el medio del campo porque sus hijos crecieron y se fueron lo antes posible del campo, y su marido está trabajando en otros campos desde que sale el sol hasta que oscurece. Y en esa soledad aparecen enfermedades tales como obesidad, estados de ansiedad, hipertensión arterial, depresión, etc”.
Registramos no pocos testimonios que dieron cuenta del aislamiento que sufren familias campesinas por el estado intransitable de los caminos naturales, y la pérdida de días de clases por ese motivo también.
12-Indigencia: docentes de María Grande comentaron que un grupo de hacheros que vivía en una estancia fue desalojado cuando esa estancia se vendió. Hoy, esas familias viven de la asistencia en un terreno fiscal. Hicieron casitas tipo monoambiente. Allí se encuentran incluso familias de pueblos originarios y están “muy mal” en la zona de Alcaraz. Las casas no tienen aberturas, y les añaden extensiones de silo bolsa. Todo muy precario, con letrinas.
Dijo una profesora: “cuando los visitamos en una misión, a los chicos los vimos felices. Corrían, se reían, jugaban con las cabras. Descalzos y sucios pero felices. Nos decían que si te internás más en el monte hay otras casas así. Van a la escuela que está cerca, allí tienen un comedor”. Una profesora reconoció que algunos de esos chicos recibieron maltrato en la escuela primaria. Discriminación y maltrato, incluso físico.
Hubo más referencias a casas precarias al borde de las banquinas, en otras encuestas, es decir: campesinos marginales, sin tierras.
Unas docentes del departamento Paraná explicaron que para algunos jóvenes “la única salida es hacer la huerta. Donde nosotras trabajamos, los chicos que van al secundario están interesados en el campo. Si hay un título, que sea sobre el campo. De todos modos, de cada diez chicos, uno puede llegar a la universidad”. Agregó otra maestra: “en mi escuela hay hijos de pequeños productores que les inculcan el estudio porque piensan que en el campo no se van a poder quedar. Algunos ven la posibilidad del magisterio.  Y si siguen la universidad, será veterinaria o agronomía…El hijo de una cocinera se cansó de trabajar en negro en un tambo y decidió entrar en la escuela de agente de policía en Villaguay”.

Modalidad de la encuesta

Nos propusimos detectar las motivaciones más hondas sobre la relación humano/tierra, creando un ambiente para el sinceramiento de los entrevistados. No hubo entonces preguntas cerradas, se dejó lugar a que fluyeran las consideraciones durante una o dos horas, con fuerte intervención grupal. Fue así que pudimos escuchar, por caso, este testimonio sobre una familia que siembra batatas a mano: “es un trabajo penoso que los está matando, están  hechos pedazos, el padre, la madre y el  hijo”. Es decir: los encuestados expresaron sus prevenciones entorno del sacrificio actual para sostener una quinta. Muchos relatos así hubieran quedado sin lugar en una encuesta cuantitativa y con preguntas cerradas.
La base del diálogo con las y los encuestados fue un cuestionario de diez temas: origen de sus conocimientos en torno de la chacra, éxodo rural, origen de los alimentos que consumen, contaminación, trabajo futuro en relación con la tierra, requerimientos (servicios, herramientas) para vivir y trabajar en zonas rurales, expectativas respecto de la vida y el trabajo comunitarios y la autoconstrucción de viviendas, aspectos positivos y negativos de la vida rural y en los barrios, e interés en capacitación.
Decidimos conversar con grupos, varios de ellos de entre diez y veinte personas, con la suposición de que la interacción podía aceitar el ámbito y dejar aflorar datos y reflexiones. Y hacerlo en general en sus lugares de encuentro, para aprovechar la familiaridad del entorno.
Hubo encuestas unipersonales, y a familias, muy significativas pero fueron las menos.
De hecho nos encontramos con la ayuda de los interlocutores, porque a muchas respuestas sucedían aclaraciones, diálogos, intervenciones, entre quienes se conocían y podían completar los aportes, profundizarlos en algún caso.
Además, las expresiones de los más extrovertidos animaban al resto a contar experiencias propias y sensaciones. Por ejemplo: algunos en principio entendían que no tenían ningún contacto con la producción de alimentos hasta que, escuchando otros comentarios, reconocían que en el fondo de la casa había un espacio con perejil, un naranjo, un níspero, o recordaban que de niños visitaban la chacra de sus abuelos. Al mismo tiempo, surgían meditaciones de los propios entrevistados, que advertían durante la charla el paulatino distanciamiento entre las familias y la producción de alimentos, y eso se hacía más visible porque compartían experiencias similares.
En la mayoría de los casos empezamos a leer el cuestionario después de una charla. Lo hicimos buscando un equilibrio entre dos riesgos: por un lado, nos exponíamos a la posibilidad de orientar las respuestas con esa interacción previa, y por otro lado, sin presentación de la problemática podíamos chocarnos con interlocutores que se sintieran como investigados, como rindiendo examen.
Consideramos que la decisión fue acertada. Al punto que en algunas encuestas, luego de abordar con detenimiento las bondades del trabajo colectivo, las experiencias diversas de la vida comunitaria, la cooperación, por caso, al momento de preguntarles sobre las posibilidades de emprendimientos comunitarios la respuesta fue negativa por unanimidad, es decir: los entrevistados se sintieron con libertad para expresar la situación en el aquí y ahora, de acuerdo a sus propias experiencias y la observación de su contexto.
La mayoría de las encuestas fueron realizadas en aulas, y como a las aulas asisten profesores y estudiantes de distintas extracciones sociales y sectores, eso garantizó de alguna manera la diversidad de voces.
Otro aporte positivo para destacar en el relevamiento fue la variedad de encuestadores, preguntando desde experiencias muy distintas.


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