18-CONCORDIA VIERNES 24 DE AGOSTO.
Escuela 23 República Oriental del Uruguay, Calle Pellegrini
136, Concordia.
Y conversaciones con integrantes del grupo ecologista Luz
del Ibirá.
Escuchamos a un grupo de catorce estudiantes, chicas y
muchachos de los últimos cursos de la educación secundaria, bien dispuestos a
hablar de alimentos y biodiversidad y en general distantes de la producción.
Todos de Concordia, excepto una chica con cuna en Federal.
De entrada explicaron que en el establecimiento educativo
tenían una quinta con lechuga, acelga, zanahoria, cebolla, perejil, pero
aclararon que nunca cosecharon de allí, sino que participaron de la primeras
tareas, y no sentían que hubieran sembrado, es decir, no tenían incorporada el
concepto de siembra, por lo que entendimos que el proyecto de huerta propia era
incipiente.
Aunque muy urbanos y de barrio, las y los estudiantes por
alguna vía tenían vínculos con los alimentos. No es raro allí tener padres o
tíos en la cosecha de arándanos o citrus, o alguna vecina con gallinas.
Si bien de los 14 hubo 7 que respondieron que tenían un
gallinero cerca, en la cuadra, sólo una de las alumnas dijo que su mamá tenía
gallinas, y cuando le preguntamos al conjunto por la posibilidad de un
gallinero pequeño, todos señalaron una dificultad principal: los perros.
Fue algo sorprendente: cada uno explicó que con dos o tres
perros y perras en casa se hacía imposible, y nos llamó la atención por la
abundancia de mascotas grandes que ocupan gran parte del escaso espacio que
poseen en los barrios.
Otros dijeron que no sabrían cómo criar las aves. Y hubo
bromas por otro problema: la inseguridad. “Te saltan por el fondo”, dijo una
alumna.
El problema del éxodo fue tomado en la charla como algo
natural. Dijeron que tienen compañeros en la cosecha de manzanas y peras en el
sur, por caso. “Siempre fue así, se van”, se escuchó.
Otros admitieron que tienen amigos que se marcharon a Buenos
Aires. Uno dijo que tenía primos y tíos en Paraná, en la escuela de oficiales
de la Policía.
A una pregunta sobre los alimentos, como era de esperar
todos pensaron en verdulerías y carnicerías, y sólo como excepción uno dijo que
en el barrio había paltas y otro que en la casa tenían tomates.
Al ser un grupo netamente urbano, no sorprendió la distancia
con la producción de alimentos, pero al mismo tiempo nos llevó a reflexionar en
torno de la pobreza, porque las características de estos grupos llevan a pensar
en lo necesario de la huerta propia, por caso, para facilitar la alimentación
familiar con productos cercanos y sanos.
Sobre el cuidado del ambiente: “hay basura por todos lados,
nadie limpia nada. Basurales grandes y chicos”.
La deposición final de los residuos fue el problema repetido. También
comentaron de la tala de árboles.
Allí surgió una iniciativa del establecimiento educativo que
tiene a los estudiantes muy interesados: el Sendero. Se trata de un espacio de
monte junto al río, a pocas cuadras del colegio. La militancia de los docentes permitió que se
declarara Sendero protegido por ordenanza municipal, con lo cual rescataron un
basural para facilitar el desarrollo de monte nativo.
Una profesora mencionó el caso de las algas en el lago de
salto Grande, y fue comentado por los estudiantes.
Consultados por la posibilidad de hacer algo propio
vinculado a los alimentos, de los 14 sólo uno dijo estar dispuesto. Explicó que
le gustaría vivir más en las afueras si hubiera posibilidades. “No te vas a
quedar toda la vida con tu papá, tenés que buscar un futuro”, comentó. Los
demás se mostraron inclinados a la docencia, la enfermería, o estudios
vinculados al ejército o la policía.
A la pregunta sobre la vida y el trabajo comunitario, las
opiniones estuvieron repartidas pero prevaleció el trabajo individual, lo que
sorprendió un tanto a profesoras que aclararon que dan clases de cooperativismo
y esperaban quizá otras respuestas.
“Prefiero trabajar solo y hacer las cosas bien”, dijo uno.
“Mejor en grupo, si sale mal el otro te puede corregir”,
respondió otro.
“Me gustaría en grupo para conocer mejor a los vecinos”,
agregó una tercera.
“Yo me concentro mejor si trabajo solo”, dijo otro.
“El trabajo comunitario es más fácil”, manifestó uno. “Pero
te complica”, le respondieron.
En general, no se registraron comentarios en torno de
experiencias comunitarias, cooperativas.
Sobre las bondades de vivir en el barrio, explicaron que
tienen cerca la escuela, el hospital, las calles asfaltadas, la comisaría, el
almacén.
Lo negativo: “te roban todo”. La inseguridad fue lo más
mencionado. Y no con mucha preocupación sino matizado con algunos chistes.
También salió el tema de las adicciones, no porque alguien lo apuntara entre
los entrevistados sino porque lo consultó muy especialmente el encuestador. Uno
aclaró. “y dónde no está” (la droga).
Luego coincidieron en que hay más droga en barrios de
casitas precarias. “La casa se les cae pero venden droga”, señaló un
estudiante.
Respecto de los beneficios de la vida campesina todos
hablaron de “la tranquilidad” y uno dijo “el trabajo propio”.
Consultados sobre la disposición que tendrían para la
capacitación en distintos rubros, todos recibieron la propuesta de buena gana.
Eligieron abejas y tambo. “Ayuda un poco más si sabés un oficio”.
Como observación: el diálogo fue un tanto más forzado que en
escuelas de campo o pueblos chicos, pero resulta interesante la atención que
prestan los estudiantes. Es decir, el hecho de que estén distantes de la
producción no los hace desinteresados. En un momento, un poco en broma,
señalaron a manera de reproche amistoso que en la escuela no se trataban los
temas apuntados en la encuesta, aunque era obvio que el establecimiento no está
pensado como escuela agrotécnica.
Luz del Ibirá
Docentes de la Escuela República Oriental del Uruguay, junto
a pares de otros establecimientos, fundaron en Concordia el grupo ambientalista
Luz del Ibirá. El nombre deriva de un Ibirapitá plantado en el patio del
establecimiento educativo.
Las docentes explicaron la actitud para articular sus
trabajos educativos con su vocación ambientalista, y mostraron a la escuela
como un ámbito para el encuentro y el debate, más allá de los temas exigidos
por el sistema.
Señalaron que en algunos establecimientos sirve la formación
de este tipo de organizaciones para sortear la burocracia impuesta para salir
de los cursos con los estudiantes o emprender iniciativas que cruzan las
jurisdicciones. Y explicaron que a
través de distintos proyectos, como la participación en las olimpíadas de
ambiente y desarrollo sustentable, logran estimular la participación de los
estudiantes en asuntos de la comunidad. Como ejemplo: la limpieza y la visita
periódica al Sendero protegido de la zona sur, y la comprensión de las fuentes
de trabajo de la zona, no siempre amigables con el entorno.
Luz del Ibirá lanzó una colección de historias mágicas de
diversidad, con cuentos ilustrados sobre habitantes del monte y el río.
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