14-EL QUEBRACHO VIERNES 10 DE AGOSTO.
Escuela Agrotécnica Paraje El Quebracho- El Quebracho-
Departamento La Paz.
Encuesta realizada a doce estudiantes de los últimos cursos,
cinco mujeres y 7 varones.
Pregunta 1-
-Tengo conocimiento a través de mis abuelos que vivían en la
entrada de Santa Elena, eran peones de una estancia. Aprendí a andar a caballo,
hacer huerta, pero no conozco mucho. Ellos se vinieron a la ciudad cuando se
jubilaron. Mi padre trabajo allí 12 años y renunció, hoy es empleado municipal.
-Nací en el campo. Mis abuelos tenían carnicería en Santa
Elena. La actividad era más ganadera que agrícola. Trabaje allí, y cuando dejé
la escuela un año por razones económicas fui tractorista en Córdoba. Ahora
volví a terminar el colegio.
En la escuela agrotécnica aprendemos a cultivar semillas,
tipos de siembra, quesos, mermeladas, cerdos, apicultura…
-Conozco por la escuela de tambo, abejas, huerta, queso no
todavía porque me falta un año.
-Lo que conozco viene de la escuela, no de mi casa. No sé
andar a caballo. Mi mamá es enfermera. Elegí esta escuela porque me gusta el
campo, capaz sigo una carrera en estos temas.
-Vivo en el campo cerca de Santa Elena con mi compañera
(también estudiante), tengo huerta, cerdos, pollitos parrilleros, ponedoras.
Conozco la actividad de mi casa y también de la escuela. Sé hacer alambrados,
ser boyero, criar animales.
-Vine de Santa Fe porque aquí tengo un tío, me gusta el
campo, conozco poco.
Pregunta 2 – Éxodo
Tenemos amigos que se han ido. Terminaron el secundario y no
tenían trabajo. En las empresas avícolas
no toman profesionales para no pagar títulos.
-Cada vez hay más
taperas. Es un hecho, la gente se va.
Algunos abandonan porque, como están las cosas, no pueden mantener lo que
tienen. En mi familia muchos se fueron a tambos de
Córdoba y Santa Fe. Aquí cierran tambos. En La Vigilancia había dos y quedó
uno.
-A veces a la gente le dan una recomendación para que se
vaya a otro tambo.
-Conozco un matrimonio, el señor se jubiló, se fue, y eso
quedó tapera del todo.
Pregunta 3- origen de los alimentos
-Muy poco viene de acá, todo de afuera. Los tomates vienen
de Santa Fe.
-El Frigorífico cerró, ahora hacen mantenimiento nomás pero cerró el matadero.
La carne llega desde La Paz.
-De los 12 entrevistados, 5 dijeron que comen algunos
productos hechos en casa. Pero las papas, por ejemplo, vienen de Corrientes.
Algunos tienen huertas incipientes. “por ahora tengo achicoria nomás”, dijo un
estudiante.
-Se ocuparon en aclarar que en su lugar todos los cultivos
dan resultado y la actividad depende más del conocimiento y de lo económico
(rentabilidad), pero la naturaleza acompaña. Suelo, agua, clima.
-Falta plata para emprender cosas, y las herramientas son
caras, para hacer huertas acá.
Pregunta 4- Contaminación
-En la zona de Santa Elena hay basurales a cielo abierto,
como tres, y después, mini basurales en todos lados.
-En los montes las bolsas de nylon quedan en la copa de los
árboles cuando hay viento.
-Todo se tira al río, pañales, botellas, bolsas.
-Vas en moto y te ponés una bolsa en la cara.
-En el basural andan familias que van a seleccionar cosas, y
también caballos y chanchos.
-Los caballos salen mareados por el humo.
-Tenemos problemas con el agua potable, a veces sale marrón.
-Otro problema es la tala. Se sigue talando. En la Laguna
Blanca talaron todo, se ven chacras nomás.
-En la ciudad no seleccionamos la basura, todo va junto.
Pregunta 5-Trabajar en el campo
-A mí me gustaría tener un vivero con árboles frutales,
plantas autóctonas…
-Yo tengo animales, caballos, para trabajar y de carrera.
-La apicultura es difícil, hay que poner mucha inversión de
entrada. El problema con los insecticidas que usan en el campo es que te matan
las colmenas.
Pregunta 7 –Dónde les gustaría vivir.
Ocho de los doce dicen que prefieren vivir en la zona rural.
-Me gusta la tranquilidad del campo. También se puede vivir
en el campo y viajar a la ciudad para trabajar.
-Para vivir en el campo hay que poner una salita, una
escuela, tener ripio… Agua, electricidad…
Pregunta 8 – emprendimientos comunitarios
-Somos más para trabajos individuales.
-Depende, si trabajás parejo…
-No estamos acostumbrados a vivir en grupo.
-Con apoyo sí, teniendo tierra, servicios.
-Faltan ideas nomás. Y confianza. Si nos enseñan, podemos hacer casas entre
todos.
-La mayoría de los estudiantes no tiene casa propia. Un
terreno en Santa Elena cuesta unos 200.000 pesos. Cuando se les presenta un
panorama asociativo, comunitario, con acompañamiento estatal, se muestran
entusiasmados.
Pregunta 9 – Aspectos positivos y negativos
-Lo positivo del barrio es que tenemos los servicios cerca,
el supermercado, un hospital.
-En los barrios hay más problemas de seguridad.
-Los entrevistados coinciden en que el problema de la droga
está más instalado en el barrio que en el campo. Y dicen que ataca a todos los sectores.
Conocen a familias de clase media, con apellido, con hijos adictos.
-Hasta parece que los policías son cómplices, dice un
estudiante y su compañera agrega: los policías se drogan. Es cierto.
Preguntamos a los estudiantes si piensan quedarse en la zona
o marcharse.
-Con el título de esta escuela en Santa Elena no tenés
salida.
-Podés trabajar en la municipalidad, por dos pesos. (Se
burlan un poco del trabajo municipal, y saben que el empleo en el estado suple
un poco la falta de empleo en otros lugares).
-No hay fuentes de trabajo. Quedan los que se acomodan
porque tienen cuña en el trabajo público.
Casi todos aceptan que prefieren quedarse en El Quebracho y
Santa Elena, pero la mayoría admite que no hay fuentes de trabajo. Eso genera
cierta incertidumbre.
La juventud de El Quebracho se capacita y desafía al
desarraigo
Enseñanzas de una escuela agropecuaria junto al Feliciano.
Una semana destinada a conocer la Pachamama con amplia participación de
estudiantes y docentes que imaginan un futuro con alimentos sanos y cuidado de
la biodiversidad.
Qué aliento nos llega desde la juventud que estudia, trabaja
con honestidad, proyecta y escucha y toma conciencia en los asuntos del oficio,
el arte, la biodiversidad, los saberes de su comunidad. Lo vemos en muchos sitios, pero esta vez nos referiremos
a los estudiantes de El Quebracho, en el departamento La Paz, que realizaron un
homenaje a la Pachamama precisamente en agosto, cuando la tierra se apronta con
vistas a la primavera.
El contexto no es el mejor y lo sabemos. Hay chicas y
muchachos obligados en la Argentina a trabajar diez, doce horas diarias, para
sostener alquiler, servicios elementales y, con suerte, la cuota de un autito
que hoy cumple la función de una dependencia de la casa, con ruedas. Pero
cuántas frustraciones, en jóvenes que, sin cuñas políticas o de clase,
deambulan en busca de un empleo, aunque sea informal, o en algo que no les
agrade; empleo al fin, para empezar.
Con los parques industriales estancados por décadas en
nuestra provincia, los servicios copados por la tecnología y el campo hundido
en la economía de escala y los robots, las chicas y los muchachos se preparan,
se ilusionan, se enamoran, tejen planes, y el juego tiene muy pocas sillas para
los muchos que danzan alrededor. Sin embargo, como veremos, no figura en el
vocabulario de la juventud la palabra resignación.
No renuncian
Los jóvenes caminan “alvertidos”, como decía Yupanqui. Van
como blindados, un tanto desconfiados, y cuando encuentran una grieta para
desarrollar sus aptitudes, sea en forma independiente, en cooperativas,
empresas, corporaciones o el Estado mismo, entonces muestran todo un potencial
que los de alrededor ignorábamos.
En simultáneo tratan de que los viejos operadores de esas
entidades y organismos no se les peguen mucho, porque es común eso de succionar
prestigios por cercanía, para luego embarrarlo todo con las picardías propias
del poder.
Entonces las y los jóvenes marchan como se marcha en
nuestras rutas, observando todas las reglas del tránsito y a su vez mirando lo
que harán esos que van adelante, atrás, al costado, y aun así sin mayores
garantías. Pero se animan y emprenden, se dan fuerzas y presentan sus
currículos, hacen los trámites farragosos que les exige el sistema, es decir:
no renuncian. Y esa actitud, esa fortaleza auténtica puede contagiar a toda la
comunidad.
Hacer bien lo que se hace, estudiar a conciencia, escuchar
al otro y al entorno, practicar un oficio con compromiso por los resultados y
por la comunidad, todo eso es habitual en nuestros jóvenes. Es una marea que está allí, como latente, y no se
manifiesta en situaciones de poder caracterizadas por valijas, cuadernos, acusaciones
mutuas, competencia sin reparos, todo un mundo bien armado para ir fagocitando
poco a poco a los jóvenes con sus mil formas de engaño y soborno. Los vicios
del poder llevaron a un presidente del Uruguay a decir que los argentinos somos
“una manga de ladrones del primero al último”. ¿Qué tiene que ver esa mala fama
con la juventud que conocemos? Nada. Nada de nada.
Cuando recorremos la provincia de Entre Ríos en nuestra
función de periodistas vemos esfuerzos indecibles para sostener la familia,
para gestionar un trabajo, para darle un camino a la comunidad, un servicio
básico. Esfuerzos para crear espacios donde la juventud se explaye con sus modos auténticos. Hay, por caso,
establecimientos educativos que, lejos de resignarse al sistema y caer en el
abandono, alumbran cada día otros senderos, estimulan a los jóvenes para que desplieguen sus
conocimientos, dan valor a las identidades del lugar y las condiciones
regionales que el sistema suele menospreciar. Allí vemos trabajo, arte,
conciencia, y eso se replica en numerosas organizaciones, asambleas, foros, y
también en las escuelas.
Pachamama
Decimos esto, conmovidos por el Proyecto Madre Tierra que
conocimos esta semana en la Escuela Agrotécnica Paraje El Quebracho. Por la
creatividad de los docentes y estudiantes, la capacidad para explicar, la buena
onda para atender a los propio
compañeros de curso, el respeto de todos por los modos de hablar de las chicas
y los muchachos, sin ataduras, ni prejuicios ni afectaciones.
La institución organizó una Semana de Enseñanza
Agropecuaria, como expresión del Proyecto Madre Tierra. Allí abordamos saberes
antiguos y vigentes sobre la Pachamama y el vivir bien y bello, y escuchamos
exposiciones durante una de las jornadas, este viernes 10 de agosto, pero
fueron cinco días de enseñanza/aprendizaje para alumnos, docentes y visitantes,
para toda la comunidad del establecimiento y los que tuvimos el privilegio de
compartir esas reuniones, en un frío galgón de chapas que no pudo con la
calidez de trabajadores y estudiantes.
Qué helada la del viernes, y la comunidad firme, allí, desde
horas muy tempranas.
Durante una mañana conocimos cómo hacer una parra para tener
uvas en casa, supimos de gramíneas y legumbres, escuchamos el proceso de
elaboración de los quesos más variados y el dulce de leche, con participación
en grupos: lo que uno sabía a medias, lo completaba el de al lado. Chicas y
muchachos, con lugar para todos y en un clima de amistad.
Forrajes, diferencias entre silos y fardos… No faltaron
exposiciones sobre la organización de la empresa, planillas, y juegos para
diferencias una semilla de la otra y reunir cada semilla con su planta.
Lechuga, arveja, haba. Nosotros mismos fuimos invitados y pudimos reconocer las
semillas gracias a una alumna que nos sopló el resultado. Como era un juego, se
permitían trampitas a la vista, para salvar a los neófitos.
Las y los profesores, participando de esos juegos,
aprendiendo en comunidad lo que ofrecen las distintas asignaturas, escuchando
las exposiciones de vecinos de Santa
Elena y Paraná, invitados para compartir con el estudiantado. Para cerrar, el
acordeón de un joven virtuoso de El Quebracho, a puro chamamé, con los alumnos
y las alumnas bailando aquí y allá con sus compañeros y sus profesores.
Qué difícil lograr esa comunión en zonas urbanas, en
escuelas encerradas llamadas “peceras” donde los estudiantes y docentes sufren
el amontonamiento, y el ruido y el apuro interrumpen cualquier intento de
diálogo.
Un edificio nuevo
Cultura, trabajo, oficios, artes, humor, manejo de
tecnologías, todo a galpón, donde corría el mate en todas las filas, para hacer
más amigable aún la reunión.
Humor, decimos, por la expresión fresca de los estudiantes,
bien dispuestos a escuchar, y porque era el cierre además de un concurso de
manera que varios alumnos estaban vestidos de pollos, ovejas, gatos, ratones,
abejas, y se paseaban con sus trajes de buena factura y sus rostros pintados.
Qué frío, el viernes, y qué jornada cálida con estos
entrerrianos, mayoría de El Quebracho, Santa Elena, Avigdor y cercanías. Cuánto
se aprende allí.
Nos contaron de un proyecto para construir un edificio nuevo
para la escuela, porque dan clases en el casco viejo de la estancia y el
auditorio es un galpón nomás, donde guardan las herramientas. Lindo premio
sería, al talento y el esfuerzo, que el Consejo General de Educación y
Arquitectura empezaran esa obra.
En las escuelas agropecuarias hay semillas para un futuro de
arraigo, trabajo y comunidad; futuro no muy claro, pero las semillas están. El
departamento La Paz expulsa a sus hijos. Emprendimientos como éste pueden
colocar una bisagra en ese proceso de destierro que va dejando el tendal de
taperas. Y el entusiasmo joven nos entusiasma.
Vivimos de ajuste en ajuste, promesas, denuncias, pero allí
están los estudiantes y los docentes calentando el galpón con sus palmas,
sentados sobre los fardos, bien dispuestos a afrontar heladas. Qué sería, si
los gobernantes nos sorprendieran con una devolución: el edificio nuevo.
A veces, sin darnos cuenta, las sociedades formamos un
equipo, cada cual cumple allí una función. Si en ese equipo encontramos un
Maradona, hay que darle la pelota, es obvio. En nuestro sistema que provoca el
desarraigo y la expulsión desde hace décadas por falta de trabajo, y con todas
las críticas que conocemos y los males que ignoramos, hay algunos Diegos y
Lioneles que no necesariamente nos traerán la copa pero sí servirán de estímulo
para todos. Y nos referimos a escuelas que logran formar una comunidad, con
jóvenes a los que les gusta asistir, aprender, conversar.
El frigorífico, cerrado
Los estudiantes saben allí de colmenas, tambo, aves,
porcinos, ovinos, viveros, aromáticas, frutales, pero más que todo eso, en un
lugar así aprendemos a amar al monte y sus habitantes junto al Feliciano, a
compartir el trabajo y el estudio, y nos contagia la energía del amanecer. Allí
el dulce de leche la miel, el escabeche, los demás dulces con frutos de la
huerta.
No podríamos extendernos aquí sobre el Proyecto Madre Tierra
que conocimos hace un mes en un encuentro ecologista en Avigdor. De allí la
invitación para saber más del establecimiento en El Quebracho, en la ruta de
entrada a Santa Elena.
Todas las exposiciones de los alumnos fueron realizadas con
proyección de audiovisuales o imágenes en cartulinas, y con la presentación de
compañeras que ejercían de maestras de ceremonia. Nada quedó librado al azar, y
todo corrió sin acartonamientos y sin personalismos. Algunos cursos imprimieron
folletos explicativos, como uno que tenemos en la mano realizado por 4to. Año
de la Escuela 151, bajo el lema: “La tierra no es del hombre, el hombre es de
la tierra… cuidémosla”.
El folleto tiene imágenes de árboles, cada cual con nombres
vulgares y científicos, y de las llamadas malezas, y un espacio para las
máquinas y los equipos de la tarea rural.
Antes, un grupo de profesoras nos había explicado su vivero
de árboles autóctonos, todo un desafío para la escuela porque los mismos
docentes aprenden sobre la marcha. La desidia taló y sigue talando, y estas
mujeres y hombres de El Quebracho quieren repoblar.
Claro: no todas son flores para la zona. Si la falta de
trabajo expulsa a muchos, la clausura definitiva del Frigorífico Santa Elena,
que reunía a diez fábricas en una, produjo una explosión social y todavía se
notan las secuelas.
La entrega de parcelas del frigorífico a empresarios de
afuera no alcanzó para amortiguar siquiera el golpe, y los alumnos cuentan que
los estudiantes formados para ejercer un oficio en la avicultura, por ejemplo,
no encuentran empleo porque las empresas prefieren pocos obreros y sin título…
Así, como se lee. Un ejemplo más de las dificultades que debe afrontar la
juventud si quiere quedarse en su tierra, desarrollar allí una familia, un
emprendimiento. Hoy por hoy, casi todos quieren quedarse y casi nadie cree que
conseguirá un trabajo en la zona.
Desde el galpón
¿Y si los gobernantes ayudan a plantar esas semillas, con un
nuevo impulso?
Frente al bochorno de los cuadernos de la corrupción, que
corroboran lo que ya sabemos, y frente a las noticias que nos permiten avizorar
un futuro cercano con escasas fuentes de trabajo, regiones como la nuestra
favorecidas por el suelo, el agua, el clima, pueden abrir caminos que parecen
cerrados.
Los entrerrianos comemos alimentos que vienen de afuera, y
expulsamos a nuestros hijos porque no hay trabajo. Mansa contradicción. Lo
vamos constatando en la encuesta del vivir bien y buen convivir que estamos
realizando entre varios centros de estudio en la provincia.
Como conclusión: escuchemos a las maestras y los maestros,
los profesores y las profesoras, las y los técnicos, las y los estudiantes de
El Quebracho; escuchemos a esta juventud, y veremos por dónde pasa ese otro
mundo panzaverde y bien tagüé, como dicen en la zona; un mundo que no figura en
aquellos cuadernos del chofer ni en los presupuestos del ajuste.
“Ay, quién pudiera vivir como ese pájaro hermano para nacer
y morir en tus costas, Feliciano”, dice Linares Cardozo. ¿Podrá esta juventud
cumplir el sueño de todos? ¿Y en qué se puede colaborar?, como dijo Enrique
Zucco cierta vez en Chajarí, en su lecho de muerte.
Escribimos esta columna agradecidos con las y los docentes y
estudiantes. Recibimos una cátedra de amor a la Pachamama. Hay que estar en El
Quebracho, beber de esa fuente felicianera, y mirar desde el galpón un
amanecer.
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