Transcribimos
del punto 25 al 53. El resumen o entrecortado y los resaltados son nuestros.
Es trágico el aumento de los migrantes huyendo
de la miseria empeorada por la degradación ambiental, que no son reconocidos
como refugiados en las convenciones internacionales y llevan el peso de sus
vidas abandonadas sin protección normativa alguna. La falta de reacciones ante
estos dramas de nuestros hermanos y hermanas es un signo de la pérdida de aquel
sentido de responsabilidad por nuestros semejantes sobre el cual se funda toda
sociedad civil.
Muchos
de aquellos que tienen más recursos y poder económico o político parecen
concentrarse sobre todo en enmascarar los problemas o en ocultar los síntomas,
tratando sólo de reducir algunos impactos negativos del cambio climático. Pero
muchos síntomas indican que esos efectos
podrán ser cada vez peores si continuamos con los actuales modelos de
producción y de consumo.
Los recursos de la
tierra están siendo depredados a causa de formas inmediatistas de entender la
economía y la actividad comercial y productiva. La pérdida de selvas y bosques
implica al mismo tiempo la pérdida de especies que podrían significar en el
futuro recursos sumamente importantes.
Pero no basta pensar en
las distintas especies sólo como eventuales « recursos » explotables, olvidando
que tienen un valor en sí mismas. La inmensa mayoría se extinguen por razones
que tienen que ver con alguna acción humana. Por nuestra causa, miles de
especies ya no darán gloria a Dios con su existencia ni podrán comunicarnos su
propio mensaje. No tenemos derecho.
Es verdad que el ser
humano debe intervenir cuando un geosistema entra en estado crítico, pero hoy
el nivel de intervención humana en una realidad tan compleja como la naturaleza
es tal, que los constantes desastres que el ser humano ocasiona provocan una
nueva intervención suya, de tal modo que la actividad humana se hace
omnipresente, con todos los riesgos que esto implica. Suele crearse un círculo
vicioso donde la intervención del ser
humano para resolver una dificultad muchas veces agrava más la situación.
Mirando el mundo
advertimos que este nivel de intervención humana, frecuentemente al servicio de las finanzas y del
consumismo, hace que la tierra en que vivimos en realidad se vuelva menos
rica y bella, cada vez más limitada y gris, mientras al mismo tiempo el
desarrollo de la tecnología y de las ofertas de consumo sigue avanzando sin límite. De este modo, parece que
pretendiéramos sustituir una belleza irreemplazable e irrecuperable, por otra
creada por nosotros.
Todas
las criaturas están conectadas, cada una debe ser valorada con afecto y
admiración, y todos los seres nos necesitamos unos a otros. Cada territorio
tiene una responsabilidad en el cuidado de esta familia, por lo cual debería
hacer un cuidadoso inventario de las especies que alberga en orden a
desarrollar programas y estrategias de protección, cuidando con especial
preocupación a las especies en vías de extinción.
Hoy
advertimos el crecimiento desmedido y desordenado de muchas ciudades que se han hecho insalubres para vivir, debido no
solamente a la contaminación originada por las emisiones tóxicas, sino también
al caos urbano, a los problemas del transporte y a la contaminación visual y
acústica. Muchas ciudades son grandes estructuras ineficientes que gastan
energía y agua en exceso. Hay barrios que, aunque hayan sido construidos
recientemente, están congestionados y desordenados, sin espacios verdes
suficientes. No es propio de habitantes
de este planeta vivir cada vez más inundados de cemento, asfalto, vidrio y
metales, privados del contacto físico con la naturaleza.
Entre
los componentes sociales del cambio global se incluyen los efectos laborales de
algunas innovaciones tecnológicas, la exclusión social, la inequidad en la
disponibilidad y el consumo de energía y de otros servicios, la fragmentación
social, el crecimiento de la violencia y el surgimiento de nuevas formas de
agresividad social, el narcotráfico y el consumo creciente de drogas entre los
más jóvenes, la pérdida de identidad. Son signos, entre otros, que muestran que
el crecimiento de los últimos dos siglos
no ha significado en todos sus aspectos un verdadero progreso integral y una
mejora de la calidad de vida. Algunos de estos signos son al mismo tiempo
síntomas de una verdadera degradación social, de una silenciosa ruptura de los
lazos de integración y de comunión social.
La
verdadera sabiduría, producto de la reflexión, del diálogo y del encuentro
generoso entre las personas, no se consigue con una mera acumulación de datos
que termina saturando y obnubilando, en una especie de contaminación mental. Al
mismo tiempo, tienden a reemplazarse las relaciones reales con los demás, con
todos los desafíos que implican, por un tipo de comunicación mediada por
internet. Esto permite seleccionar o eliminar las relaciones según nuestro
arbitrio, y así suele generarse un nuevo tipo de emociones artificiales, que
tienen que ver más con dispositivos y pantallas que con las personas y la
naturaleza.
Muchos
profesionales, formadores de opinión, medios de comunicación y centros de poder
están ubicados en áreas urbanas aisladas. Viven y reflexionan desde la
comodidad de un desarrollo y de una calidad de vida que no están al alcance de
la mayoría de la población mundial. Esta falta de contacto físico y de
encuentro, a veces favorecida por la desintegración de nuestras ciudades, ayuda
a cauterizar la conciencia y a ignorar parte de la realidad en análisis
sesgados. Esto a veces convive con un discurso «verde». Pero hoy no podemos
dejar de reconocer que un verdadero planteo ecológico se convierte
siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia en las
discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto
el clamor de la tierra como el clamor de los pobres.
Culpar al aumento de la población y no al consumismo extremo
y selectivo de algunos es un modo de no enfrentar los problemas. Se pretende
legitimar así el modelo distributivo actual, donde una minoría se cree con el derecho de consumir en una proporción que
sería imposible generalizar, porque el planeta no podría ni siquiera
contener los residuos de semejante consumo. Además, sabemos que se desperdicia
aproximadamente un tercio de los alimentos que se producen, y «el alimento que
se desecha es como si se robara de la mesa del pobre»
A esto
se agregan los daños causados por la
exportación hacia los países en desarrollo de residuos sólidos y líquidos
tóxicos, y por la actividad contaminante
de empresas que hacen en los países menos desarrollados lo que no pueden hacer
en los países que les aportan capital. Con frecuencia, las empresas que
obran así son multinacionales, que hacen aquí lo que no se les permite en
países desarrollados o del llamado primer mundo. Generalmente, al cesar sus
actividades y al retirarse, dejan grandes pasivos humanos y ambientales, como
la desocupación, pueblos sin vida, agotamiento de algunas reservas naturales,
deforestación, empobrecimiento de la agricultura y ganadería local, cráteres,
cerros triturados, ríos contaminados y algunas pocas obras sociales que ya no
se pueden sostener
De
diversas maneras, los pueblos en vías de desarrollo, donde se encuentran las
más importantes reservas de la biosfera, siguen alimentando el desarrollo de
los países más ricos a costa de su presente y de su futuro.
Estas situaciones
provocan el gemido de la hermana tierra, que se une al gemido de los
abandonados del mundo, con un clamor que nos reclama otro rumbo. Nunca hemos maltratado y lastimado nuestra
casa común como en los últimos dos siglos.
El
problema es que no disponemos todavía de la cultura necesaria para enfrentar
esta crisis y hace falta construir liderazgos que marquen caminos, buscando
atender las necesidades de las generaciones actuales incluyendo a todos, sin
perjudicar a las generaciones futuras. Se vuelve indispensable crear un sistema
normativo que incluya límites infranqueables y asegure la protección de los
ecosistemas, antes que las nuevas formas de poder derivadas del paradigma
tecnoeconómico terminen arrasando no sólo con la política sino también con la
libertad y la justicia.
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