A pesar de su extensión, reproducimos íntegro, por su homogeneidad y coherencia interna, el editorial del {ultimo sábado.de Jorge Rulli Recomendamos su lectura completa, en medio de la cantidad de banalidades de los discursos en boga, es necesario y fascinante leer un texto con esta profundidad y claridad.
Diversos sectores se
movilizan en demanda de reivindicaciones ambientales, con esas
reivindicaciones, tratan de preservar los recursos, el paisaje y en especial la
salud de la población. Esos diversos sectores han crecido y se han multiplicado
en los últimos años, a medida que han crecido asimismo, las agresiones
innumerables del modelo rural, y de los procesos extractivos de la minería y
del petróleo. Ahora existe en muchas personas, un conocimiento mayor acerca de
los riesgos, también existe conciencia de los desafíos y muchos de esos grupos activistas,
son más hábiles para saber cómo y dónde golpear para que sus quejas sean
escuchadas por el Poder. Es que el desarrollismo y las propuestas de Crecimiento
como únicas políticas proyectadas, se han generalizado en los sectores
políticos dirigenciales sin mayores distingos, y esa sucesión de acciones,
están provocando verdaderas devastaciones, a su vez que la inepcia y los actos
extendidos de corrupción convierten la vida cotidiana del común de los
argentinos, en un verdadero infierno.
La política de los últimos
veinte años ha impulsado una urbanización compulsiva y los resultados son estas
actuales megaurbes en que la población hacinada en extensas periferias, se encuentra
prisionera de una extrema inseguridad, de un transporte espantoso y a todo
riesgo de vida, de la ingesta de comidas chatarras, de su propio individualismo
exacerbado, de su nueva y pavorosa insolidaridad social, de la indiferencia y
del atontamiento que le produce la tele basura, de que les hayan cortado sus
raíces y sus lazos de pertenencia a los lugares de origen, etc. Nada de ello ha
sido casual. Cada consecuencia del actual sistema de vida que transforma en
peleles a los argentinos, fue cuidadosamente planeada para someter, para
banalizar, para debilitar, para enajenar, para enfermar y en definitiva, para
colonizarnos…
Lo anterior refiere a
continuidades históricas indudables, continuidades que se remontan a los
fracasos del movimiento popular en los años setenta, en buena medida,
consecuencia de los desvaríos demenciales de grupos iluminados, que hoy
supervivientes muchos de ellos a la dictadura y al terrorismo de Estado,
vuelven a ser activos protagonistas de los procesos políticos, tanto
neoliberales como progresistas según el momento y el poder lo requiera.
El golpe militar del 24 de marzo, la Deuda Externa, la guerra de Malvinas y luego la Democracia tutelada, con todas las frustraciones colectivas que trajo aparejadas, son parte de una trama que nos conduce inexorablemente a este presente condimentado con relatos progresistas pero de indudable impronta neocolonizadora. Muchas veces referimos en estos micrófonos de Horizonte Sur, en que nos esforzamos por comprender la propia historia, la de nuestra propia tragedia como generación y como país, muchas veces referimos a la diferente sustancial entre los conceptos de derrota y de fracaso, como balance y como reflexión sobre aquellos años de vendavales revolucionarios. La idea de derrota, sobrentiende que faltaron fuerzas suficientes para vencer, y que de haberlas tenido los resultados hubiesen sido otros. No se cuestionan en este concepto, los modos en que se actuó, no se interpelan las estrategias ensayadas o la validez moral de los recursos que se utilizaron. En el concepto de fracaso en cambio, va de suyo implícita una mirada cuestionadora sobre las propias acciones, se manifiesta un deseo de comprender cuáles fueron los errores para no repetirlos, se expresa un ánimo reparatorio que conduce con frecuencia, a revisar los caminos que se tomarán en lo porvenir, no tan solo a criticar lo hecho anteriormente. Es evidente entonces, desde esa perspectiva, el modo en que la idea de derrota ha primado de manera obstinada, al menos en el grueso de una generación y que esa concepción contumaz y soberbia se ha reproducido en buena parte de la generación más joven….
El golpe militar del 24 de marzo, la Deuda Externa, la guerra de Malvinas y luego la Democracia tutelada, con todas las frustraciones colectivas que trajo aparejadas, son parte de una trama que nos conduce inexorablemente a este presente condimentado con relatos progresistas pero de indudable impronta neocolonizadora. Muchas veces referimos en estos micrófonos de Horizonte Sur, en que nos esforzamos por comprender la propia historia, la de nuestra propia tragedia como generación y como país, muchas veces referimos a la diferente sustancial entre los conceptos de derrota y de fracaso, como balance y como reflexión sobre aquellos años de vendavales revolucionarios. La idea de derrota, sobrentiende que faltaron fuerzas suficientes para vencer, y que de haberlas tenido los resultados hubiesen sido otros. No se cuestionan en este concepto, los modos en que se actuó, no se interpelan las estrategias ensayadas o la validez moral de los recursos que se utilizaron. En el concepto de fracaso en cambio, va de suyo implícita una mirada cuestionadora sobre las propias acciones, se manifiesta un deseo de comprender cuáles fueron los errores para no repetirlos, se expresa un ánimo reparatorio que conduce con frecuencia, a revisar los caminos que se tomarán en lo porvenir, no tan solo a criticar lo hecho anteriormente. Es evidente entonces, desde esa perspectiva, el modo en que la idea de derrota ha primado de manera obstinada, al menos en el grueso de una generación y que esa concepción contumaz y soberbia se ha reproducido en buena parte de la generación más joven….
En algunos de los últimos
ensayos, abrumados por la tozudez y la general incompetencia de muchos de
aquellos setentistas obstinados, sorprendidos siempre por sus renovados travestimientos
y su creciente funcionalidad a los procesos de la Globalización, nos planteamos
la necesidad de resignificar la Revolución con la que alguna vez soñamos. Lo
hicimos no solamente convencidos que la idea de Revolución como proyecto de
cambios y como horizonte de sueños, ha sido inherente al hombre en sociedad y
que necesitaríamos hoy disponer de ese concepto renovado, como motivación para
imaginar futuros posibles y mejores que nos animen a cambiar… Lo hicimos
también pensando que, en la medida en que la idea de Revolución que mantenemos
está ligada a la toma del Poder y además a procesos fundamentalmente materiales
o productivos que determinan los procesos históricos, no solamente el concepto
se hace obsoleto además de anacrónico, sino que en su absoluta inutilidad real,
podría estar justificando el que tantos, que aún mantienen o cultivan esos
conceptos como meras reminiscencias u objetos entrañables de vidas pasadas,
justifiquen en aquella imposibilidad sus agachadas actuales, su repugnantes
politiquerías presentes, sus negociaciones turbias con las Corporaciones
y hasta la entrega reiterada de la Soberanía Nacional, en la que por otra parte
jamás creyeron…
El mantenimiento pertinaz de
una idea de Revolución anacrónicamente leninista o castrista, aunque inhablada,
pero subyacente en la conciencia, nos condiciona mucho más de lo que
imaginamos. Por supuesto que, nadie en sus cabales subiría hoy al monte para
instalar un foco y una vanguardia revolucionaria, pero si muchos son capaces en
cambio, de proponernos su propio partido revolucionario como una salida
mesiánica y por supuesto singular, o acaso el control proletario de la Barrick
o de Monsanto, no faltan los que se proponen de manera similar a la Presidente,
industrializar la ruralidad, aunque lo matizan con la sorprendente sugerencia de
hacerlo bajo control obrero… Es que pareciera estamos atrapados en una cerrada
cosmovisión urbana, propia de miradas materialistas excluyentes, miradas
economicistas y modernizantes que nos condenan a vivir en la mutilación de toda
posible espiritualidad. Pretendemos de esa manera, modificar las cosas, pero
solamente en el orden en que nos han sido dadas por el capitalismo industrial y
por la sociedad de consumo, sin intentar modificarlas de raíz ni buscar otros
horizontes…La ausencia de una idea válida de Revolución que nos motive, nos
deja desamparados frente a los desafíos cotidianos, nos relega como Pueblo a
una vida sin mayores propósitos, que no sean los que la misma publicidad del
sistema nos propone, nos condena a una chatura del pensamiento en que la
presunción de que otro mundo es posible se convierte a lo sumo en mero
estereotipo, que se disipa en el aburrimiento y el hastío…
Las consecuencias de estas
miradas cortoplacistas y de estos empeños sin mayores ambiciones ni esperanzas,
se traducen en el modo sistemático en que las grandes luchas se repliegan sobre
propósitos menores y mezquinos, el modo en que aceptan acotarse y se reducen a ciertos
presupuestos mínimos, casi miserables, vergonzantes... Así ocurrió con las
luchas contra el modelo de sojización que se expresaron en su momento como Paren
de Fumigar. Llegamos a verificar un espantoso agro genocidio y lo denunciamos a
todos quienes quisieran informarse. Cinco años después y bajo el liderazgo de
ambientalistas ramplones y pragmáticos, tanto como de personeros del actual
gobierno progresista, el grueso de los movimientos que luchan contra las
fumigaciones se encuentran atrapados en una discusión sobre los metros en que
los fumigadores deberían alejarse de los límites urbanos. No solo se legitima
de esa manera el modelo de agricultura química que ya ni siquiera se
cuestiona, sino que asimismo se da por sentado que el modo de vida de la sociedad
debe ser urbano y se sobrentiende que si alguien persiste en la extraña
costumbre de vivir en el campo, quedaría simplemente librado a su suerte,
frente a los sojeros y al uso sistemático de venenos que acompañan a la actual
agricultura.
El resultado de tantos
extravíos, de tantas miradas cortoplacistas y de la ausencia de una hipótesis
de cambios profundos que nos permita imaginar otro tipo de sociedad, afecta
seriamente nuestros juicios de valor, y más específicamente, condiciona en el
plano de las reivindicaciones, el modo en que priorizamos los temas e inclusive
si somos capaces de verlos o de no verlos siquiera como problemas. Así en
medio del fárrago electoral la suma de discursos y relatos que ponen el acento
en temas accesorios y que nos llenan la cabeza de palabras intrascendentes. En
medio de tanta parrafada inconducente se anestesia la conciencia, la sumatoria
de información como de frases estereotipadas nos hace perder el rumbo como
en medio de una pesadilla… nos atrapa la inmediatez de las amenazas y pensamos
en la megaminería o en el Fracking como enormes amenazas centrales casi
excluyentes, mientras dejamos de ver que entre progresistas y sojeros se está
dejando sin suelo a las próximas generaciones de argentinos. Han resuelto
mantener los supuestos éxitos de los record de cosechas y de las grandes
exportaciones a cambio de hipotecar todo futuro… y ni siquiera lo advertimos ni
parecemos preocuparnos por ello. No puede haber un crimen mayor que dejar a un
Pueblo sin porvenir… arrebatarle para siempre la riqueza que lo caracteriza, y
es lo que se está haciendo sistemáticamente. Cada vez más, resuenan de manera
aislada todavía, voces autorizadas que nos recuerdan que los suelos que nos
caracterizaron ya no existen, que el deterioro y la desertización provocados
por los malos manejos y los monocultivos son irreversibles, que las propias
políticas del Estado no solo han impedido desde hace mucho, la rotación
tradicional ganadería agricultura en que se basaba nuestra tradicional
sustentabilidad, sino que ahora han llegado a dificultar las mínimas rotaciones
con maíces y con trigo, llevando el monocultivo de Sojas transgénicas a su
máxima expresión y anticipando un pronto colapso de nuestros mejores suelos…
Con cerca de sesenta millones de tierras agrícolas, nuestro país tiene casi una
hectárea y media por habitante, sin contar además, todas las tierras
marginales, los esteros, los montes y las zonas de montaña… Podemos imaginar
con esas cifras que cada familia argentina podría disponer de seis o más
hectáreas si estuviera dispuesta a vivir en la tierra y ponerla en capacidad de
producir alimentos sanos y de gran calidad. Pese a ello y por el camino en que
vamos, de creciente erosión y desertización de los suelos, paradójicamente,
estamos condenando a las próximas generaciones de argentinos inexorablemente al
hambre…
Jorge Eduardo Rulli
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