lunes, 28 de octubre de 2013

EDITORIAL DE HORIZONTE SUR


A pesar de su extensión, reproducimos íntegro, por su  homogeneidad y coherencia interna, el editorial del {ultimo sábado.de Jorge Rulli Recomendamos su lectura completa, en medio de la cantidad de banalidades de los discursos en boga, es necesario y fascinante leer un texto con esta profundidad y claridad. 

Diversos sectores se movilizan en demanda de reivindicaciones ambientales, con esas reivindicaciones, tratan de preservar los recursos, el paisaje y en especial la salud de la población. Esos diversos sectores han crecido y se han multiplicado en los últimos años, a medida que han crecido asimismo, las agresiones innumerables del modelo rural, y de los procesos extractivos de la minería y del petróleo. Ahora existe en muchas personas, un conocimiento mayor acerca de los riesgos, también existe conciencia de los desafíos y muchos de esos grupos activistas, son más hábiles para saber cómo y dónde golpear para que sus quejas sean escuchadas por el Poder. Es que el desarrollismo y las propuestas de Crecimiento como únicas políticas proyectadas, se han generalizado en los sectores políticos dirigenciales sin mayores distingos, y esa sucesión de acciones, están provocando verdaderas devastaciones, a su vez que la inepcia y los actos extendidos de corrupción convierten la vida cotidiana del común de los argentinos, en un verdadero infierno.
La política de los últimos veinte años ha impulsado una urbanización compulsiva y los resultados son estas actuales megaurbes en que la población hacinada en extensas periferias, se encuentra prisionera de una extrema inseguridad, de un transporte espantoso y a todo riesgo de vida, de la ingesta de comidas chatarras, de su propio individualismo exacerbado, de su nueva y pavorosa insolidaridad social, de la indiferencia y del atontamiento que le produce la tele basura, de que les hayan cortado sus raíces y sus lazos de pertenencia a los lugares de origen, etc. Nada de ello ha sido casual. Cada consecuencia del actual sistema de vida que transforma en peleles a los argentinos, fue cuidadosamente planeada para someter, para banalizar, para debilitar, para enajenar, para enfermar y en definitiva, para colonizarnos…
Lo anterior refiere a continuidades históricas indudables, continuidades que se remontan a los fracasos del movimiento popular en los años setenta, en buena medida, consecuencia de los desvaríos demenciales de grupos iluminados, que hoy supervivientes muchos de ellos a la dictadura y al terrorismo de Estado, vuelven a ser activos protagonistas de los procesos políticos, tanto neoliberales como progresistas según el momento y el poder lo requiera.
El golpe militar del 24 de marzo, la Deuda Externa, la guerra de Malvinas y luego la Democracia tutelada, con todas las frustraciones colectivas que trajo aparejadas, son parte de una trama que nos conduce inexorablemente a este presente condimentado con relatos progresistas pero de indudable impronta neocolonizadora. Muchas veces referimos en estos micrófonos de Horizonte Sur, en que nos esforzamos por comprender la propia historia, la de nuestra propia tragedia como generación y como país, muchas veces referimos a la diferente sustancial entre los conceptos de derrota y de fracaso, como balance y como reflexión sobre aquellos años de vendavales revolucionarios. La idea de derrota, sobrentiende que faltaron fuerzas suficientes para vencer, y que de haberlas tenido los resultados hubiesen sido otros. No se cuestionan en este concepto, los modos en que se actuó, no se interpelan las estrategias ensayadas o la validez moral de los recursos que se utilizaron. En el concepto de fracaso en cambio, va de suyo implícita una mirada cuestionadora sobre las propias acciones, se manifiesta un deseo de comprender cuáles fueron los errores para no repetirlos, se expresa un ánimo reparatorio que conduce con frecuencia, a revisar los caminos que se tomarán en lo porvenir, no tan solo a criticar lo hecho anteriormente. Es evidente entonces, desde esa perspectiva, el modo en que la idea de derrota ha primado de manera obstinada, al menos en el grueso de  una generación y que esa concepción contumaz y soberbia se ha reproducido en buena parte de la generación más  joven….
En algunos de los últimos ensayos, abrumados por la tozudez y la general incompetencia de muchos de aquellos setentistas obstinados, sorprendidos siempre por sus renovados travestimientos y su creciente funcionalidad a los procesos de la Globalización, nos planteamos la necesidad de resignificar la Revolución con la que alguna vez soñamos. Lo hicimos no solamente convencidos que la idea de Revolución como proyecto de cambios y como horizonte de sueños, ha sido inherente al hombre en sociedad y que necesitaríamos hoy disponer de ese concepto renovado, como motivación para imaginar futuros posibles y mejores que nos animen a cambiar… Lo hicimos también pensando que, en la medida en que la idea de Revolución que mantenemos está ligada a la toma del Poder y además a procesos fundamentalmente materiales o productivos que determinan los procesos históricos, no solamente el concepto se hace obsoleto además de anacrónico, sino que en su absoluta inutilidad real, podría estar justificando el que tantos, que aún mantienen o cultivan esos conceptos como meras reminiscencias u objetos entrañables de vidas pasadas, justifiquen en aquella imposibilidad sus agachadas actuales, su repugnantes politiquerías  presentes, sus negociaciones turbias con las Corporaciones y hasta la entrega reiterada de la Soberanía Nacional, en la que por otra parte jamás creyeron…
El mantenimiento pertinaz de una idea de Revolución anacrónicamente leninista o castrista, aunque inhablada, pero subyacente en la conciencia, nos condiciona mucho más de lo que imaginamos. Por supuesto que, nadie en sus cabales subiría hoy al monte para instalar un foco y una vanguardia revolucionaria, pero si muchos son capaces en cambio, de proponernos su propio partido revolucionario como una salida mesiánica y por supuesto singular, o acaso el control proletario de la Barrick o de Monsanto, no faltan los que se proponen de manera similar a la Presidente, industrializar la ruralidad, aunque lo matizan con la sorprendente sugerencia de hacerlo bajo control obrero… Es que pareciera estamos atrapados en una cerrada cosmovisión urbana, propia de miradas materialistas excluyentes, miradas economicistas y modernizantes que nos condenan a vivir en la mutilación de toda posible espiritualidad. Pretendemos de esa manera, modificar las cosas, pero solamente en el orden en que nos han sido dadas por el capitalismo industrial y por la sociedad de consumo, sin intentar modificarlas de raíz ni buscar otros horizontes…La ausencia de una idea válida de Revolución que nos motive, nos deja desamparados frente a los desafíos cotidianos, nos relega como Pueblo a una vida sin mayores propósitos, que no sean los que la misma publicidad del sistema nos propone, nos condena a una chatura del pensamiento en que la presunción de que otro mundo es posible se convierte a lo sumo en mero estereotipo, que se disipa en el aburrimiento y el hastío…
Las consecuencias de estas miradas cortoplacistas y de estos empeños sin mayores ambiciones ni esperanzas, se traducen en el modo sistemático en que las grandes luchas se repliegan sobre propósitos menores y mezquinos, el modo en que aceptan acotarse y se reducen a ciertos presupuestos mínimos, casi miserables, vergonzantes... Así ocurrió con las luchas contra el modelo de sojización que se expresaron en su momento como Paren de Fumigar. Llegamos a verificar un espantoso agro genocidio y lo denunciamos a todos quienes quisieran informarse. Cinco años después y bajo el liderazgo de ambientalistas ramplones y pragmáticos, tanto como de personeros del actual gobierno progresista, el grueso de los movimientos que luchan contra las fumigaciones se encuentran atrapados en una discusión sobre los metros en que los fumigadores deberían alejarse de los límites urbanos. No solo se legitima de esa manera el modelo de agricultura química que ya  ni siquiera se cuestiona, sino que asimismo se da por sentado que el modo de vida de la sociedad debe ser urbano y se sobrentiende que si alguien persiste en la extraña costumbre de vivir en el campo, quedaría simplemente librado a su suerte, frente a los sojeros y al uso sistemático de venenos que acompañan a la actual agricultura.
El resultado de tantos extravíos, de tantas miradas cortoplacistas y de la ausencia de una hipótesis de cambios profundos que nos permita imaginar otro tipo de sociedad, afecta seriamente nuestros juicios de valor, y más específicamente, condiciona en el plano de las reivindicaciones, el modo en que priorizamos los temas e inclusive si somos capaces de verlos o de no verlos siquiera como problemas. Así en  medio del fárrago electoral la suma de discursos y relatos que ponen el acento en temas accesorios y que nos llenan la cabeza de palabras intrascendentes. En medio de tanta parrafada inconducente se anestesia la conciencia, la sumatoria de información como de frases estereotipadas nos  hace perder el rumbo como en medio de una pesadilla… nos atrapa la inmediatez de las amenazas y pensamos en la megaminería o en el Fracking como enormes amenazas centrales casi excluyentes, mientras dejamos de ver que entre progresistas y sojeros se está dejando sin suelo a las próximas generaciones de argentinos. Han resuelto mantener los supuestos éxitos de los record de cosechas y de las grandes exportaciones a cambio de hipotecar todo futuro… y ni siquiera lo advertimos ni parecemos preocuparnos por ello. No puede haber un crimen mayor que dejar a un Pueblo sin porvenir… arrebatarle para siempre la riqueza que lo caracteriza, y es lo que se está haciendo sistemáticamente. Cada vez más, resuenan de manera aislada todavía, voces autorizadas que nos recuerdan que los suelos que nos caracterizaron ya no existen, que el deterioro y la desertización provocados por los malos manejos y los monocultivos son irreversibles, que las propias políticas del Estado no solo han impedido desde hace mucho, la rotación tradicional ganadería agricultura en que se basaba nuestra tradicional sustentabilidad, sino que ahora han llegado a dificultar las mínimas rotaciones con maíces y con trigo, llevando el monocultivo de Sojas transgénicas a su máxima expresión y anticipando un pronto colapso de nuestros mejores suelos… Con cerca de sesenta millones de tierras agrícolas, nuestro país tiene casi una hectárea y media por habitante, sin contar además, todas las tierras marginales, los esteros, los montes y las zonas de montaña… Podemos imaginar con esas cifras que cada familia argentina podría disponer de seis o más hectáreas si estuviera dispuesta a vivir en la tierra y ponerla en capacidad de producir alimentos sanos y de gran calidad. Pese a ello y por el camino en que vamos, de creciente erosión y desertización de los suelos, paradójicamente, estamos condenando a las próximas generaciones de argentinos inexorablemente al hambre…
Jorge Eduardo Rulli

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