“Cuando llegué por primera vez a Larroque, allá por 1983, unos meses
antes del resurgimiento de la democracia, me impresionó ver, desde la cuchilla,
al pueblo hacia abajo, con sus casas desparramadas, muchos espacios vacíos, a
tal punto que me resultaba difícil orientarme; un diseño muy distinto al pueblo
de donde yo venía pero que por alguna razón no me desagradó.” Así comenzó Nora
Lorenzatti una encantadora exposición sobre su visión acerca de nuestro pueblo.
Tal la consigna que, al igual que en los encuentros anteriores, les planteamos en esta ocasión a varios amigos de Mingaché que vinieron a vivir a Larroque desde otros pagos natales.
Yo venía de otro pueblo pequeño de la provincia de Santa Fe, nos dice
Nora, así que la adaptación me fue
sencilla, además la gente era muy amable y enseguida me hizo sentir bien.
Profesionalmente me fue bien y me integré con comodidad por lo que al poco
tiempo me sentía una más del pueblo. Recuerda que el intendente en ese momento
era Evar Olivera, que el teléfono aún funcionaba a través de una central con
operadores como Tati Mettler y Elsa Bultynch, que había muchas casas humildes
pero no ranchos ni asentamientos marginales. Había familias muy numerosas que
tenían sus propias celebraciones y vida interior y tal vez por eso les costaba
abrirse al resto de la comunidad. Parecía que en muchas partes de Entre Ríos,
quizás por el aislamiento anterior a la construcción de los puentes, se daba
esta realidad de que las familias, los hogares eran como muy para adentro. Sin
embargo la actividad social era intensa, importante y hoy lo es más, con muchos
espacios de participación, eso no es común verlo en otros lados; siempre hubo
muchos niños, las plazas se llenaban (y se llenan) de chicos.
Noté que la gente de Larroque miraba mucho más a Gualeguaychú que a
Gualeguay a pesar de que la distancia era mayor, eso me gustaba, era bueno,
porque seguía ese ritmo más ágil, más moderno que tiene Gualeguaychú, con
muchas sociedades intermedias activas, dinámicas, a pesar de que me extrañó la
ausencia de cooperativas que en mi pueblo eran muy numerosas, especialmente las
de producción agrícola y las de crédito; al principio buscaba la cooperativa y
resulta que no había. La única era la de consumo de agua potable. El motor de
la economía era el frigorífico de aves. Cuando este cerró se hizo evidente que
Larroque tenía recursos para enfrentar la crisis, su gente fue consciente,
solidaria y creativa, al poco tiempo comenzaron a surgir pequeños
emprendimientos que mantuvieron vivo al pueblo.
Otra característica notable que me sorprendió fue la religiosidad, la
homogeneidad católica y la convocatoria que tenía la Iglesia, no conozco otros
pueblos que sean así, por lo general hay varias religiones, como en Monjes y
mucha menor práctica religiosa. Esa costumbre nos dejaba un poco de lado a los
que veníamos de otras costumbres.
Lo que más extrañé, nos dice, fue la falta de medios de transporte
públicos, las comunicaciones eran muy difíciles. En mi pueblo natal, Monjes,
situado entre Santa fe y Rosario, pasaban ómnibus a cada rato, uno o dos por
hora, aquí era uno o dos por día, los viajes a Paraná por mi profesión o las
visitas familiares se hacían muy difíciles; en eso se ha progresado mucho en
los últimos tiempos, en todo el sistema de comunicaciones, se nota más en el
boom de los celulares y la Internet.
Al principio me llamaba la atención, nos cuenta, la rivalidad entre los chicos de los colegios,
más que nada los secundarios, muy competitivos y apasionados por su colegio,
eso también ha cambiado, los chicos de los colegios interactúan más, se juntan,
comparten más. Por otro lado ve un cierto retroceso en la calidad educativa
pero que no es exclusiva de Larroque, sino que parece ser en todo el país.
Siempre fue un buen lugar para vivir, y aunque ha crecido y progresado
mucho, sigue siéndolo, me alegra haber venido, me siento cómoda y bienvenida,
me siento de aquí. Debemos descubrir lo afortunados que somos por el lugar que
tenemos.
Silvia González coincide con Nora en la apreciación sobre la
religiosidad de la sociedad, parecía haber como un mandato social de ser
religioso, aún cuando no hubiera tanto convencimiento; hasta en las escuelas
laicas estaba presente la religión, lo cual para mí era muy llamativo. La
personalidad del Padre Paoli marcó profundamente a la sociedad larroquense y su
cultura.
Los comentarios se van a ir alternando con anécdotas tiernas,
humorísticas, íntimas que van mostrando un verdadero cariño por el pueblo y
recuerdos de un buen “estar siendo”.
Una de las primeras cosas que noté fue que aquí la vida era muy
apacible, para bien y para mal, es decir, por un lado el cariño de los vecinos,
de los familiares, su respeto y delicadeza, me hacían sentir muy bien; la
espontaneidad y sencillez con que la gente compartía sus cosas, me hicieron la
vida fácil, me hicieron sentir como en casa, me encantaba esa forma sencilla de
vivir, de arreglarse con poco, de no estar pendiente del tener más, no sentías
que te faltara nada, ni siquiera tenías con qué tentarte; pero por otro lado,
yo venía de una ciudad mas grande, Lincoln en la provincia de Bs. As, así que extrañé
algunas cosas, el cine por ejemplo; de todos modos fueron más las positivas que
encontré aquí que las que añoré de mi ciudad.
Había mucha integración social, el pueblo convergía en los mismos
lugares, las escuelas, los clubes, las instituciones, “eso tiene una riqueza
que no sé si la gente de Larroque logra ver, eso genera una verdadera comunidad”.
El larroquense quiere mucho a su pueblo, lo vi antes en mi esposo y sus amigos
y lo veo ahora en mis hijos.
La gente vivía con mucha tranquilidad, sin miedos, sin grandes
preocupaciones, hasta en lo tributario me llamó la atención por ejemplo, que no
había presión desde el municipio para cobrar las tasas; se vivía de puertas
abiertas, y ojalá que pudiéramos conservar esa idiosincrasia, deberíamos
ocuparnos en preservarla.
En síntesis, siento que he recibido de la gente de Larroque más de lo
que he dado, me resulta fácil vivir aquí, me siento muy de acá, porque la gente
me hizo sentir así.
Silvia Filipini coincide con Silvia González en destacar la
tranquilidad de la vida larroquense y la importancia que ello tiene para hacer
que una se sienta bien, cómoda, pero se inclina más por destacar algunos
cambios que se produjeron en los últimos tiempos que, “pensé que nunca iban a
llegar”.
Hace unos veinte años comencé a venir a Larroque y relacionarme con su
gente pero sin pensar en venirme a vivir; yo crecí en una ciudad, Concepción
del Uruguay, y me sentía un “bicho urbano”, habitante del cemento, así que me
impactó seriamente la obscuridad nocturna y la dispersión de las casas.
Después de unos años de vivir en las islas, me fue gustando la vida
tranquila y al crecer los hijos nos pareció que Larroque era un muy buen lugar
para su educación e integración social. No me costó adaptarme, aún cuando sigo
trabajando afuera, me siento muy bien aquí, la tranquilidad es impagable, la
confianza entre los vecinos es muy valorable.
Siempre pensé en Larroque como un pueblo chico, pero la realidad es que
ha crecido mucho, y eso no estaba en mis pensamientos. Hoy me preocupan las
relaciones entre la gente que quizás tengan que ver con ese crecimiento, ya nos
conocemos menos entre todos, nos va ganando el consumismo y una visión
progresista que copia costumbres de las grandes ciudades, árboles talados, residuos mal tratados, basura en las calles, y
otras más serias como el alcohol y las drogas entre los jóvenes. Me ha tocado
ver chicos y chicas de 12 o 13 años salir de un baile muy alcoholizados.
Esta visión crítica no significa que no me guste estar aquí, sino por
lo contrario, que me preocupa y quiero lo mejor para el que considero mi pueblo
y su gente, donde soy feliz y quiero seguir siéndolo.
Carolina Marull es miembro activo de Mingaché, entre las expositoras de
este encuentro es quien menos tiempo lleva entre nosotros. Creció en Bs. As.,
pero al terminar la universidad se fue con Matías Vattovez a trabajar al
interior, primero a El Chamical en La Rioja y más tarde a Aluminé en Neuquén,
donde vivieron varios años. Habíamos venido a Larroque de visita porque tenemos
amigos aquí y habíamos disfrutado de su tranquilidad, de la apacibilidad del
lugar, eso de tomar mates en la vereda (cosa que en la Patagonia es
impensable). Sin embargo extrañé mucho Aluminé. Me costó mucho aceptar a
Larroque como mi hogar, aún me cuesta, me vine como empacada por las
circunstancias. Es claro que el pueblo no tenía nada que ver con mi situación,
la gente fue siempre muy amable; al llegar no más nos esperaban cuatro familias
para ayudarnos y ahí me empezaron a ganar los afectos. Yo sentía que Larroque
intentaba adoptarme y era yo la que me resistía. Sentí mucho el desarraigo y
por eso mi observación está teñida por sentimientos muy recientes, es muy
subjetiva.
Sí noté la homogeneidad cultural de la sociedad, como una gran
diferencia con Aluminé, donde la integración de las comunidades aborígenes es
siempre una deuda pendiente. Quizás eso los haga tan hospitalarios que es
imposible negárseles aún cuando una venga con reticencias interiores. Mi hijo
es inmensamente feliz aquí y eso no tiene precio.
En esto coincide Matías Vattovez, su compañero de vida y profesión,
Larroque es un lugar de brazos abiertos que te ayuda a integrarte rápidamente,
la gente es cálida, sencilla, es lindo y fácil vivir aquí, nos dice.
Carolina nos lee entonces un texto escrito para la ocasión que por su
profundo sentimiento y ternura lo dejaremos para una próxima publicación.
Al finalizar se produce un interesante debate sobre las diferentes
apreciaciones que pueden tener los naturales de Larroque que por razones de
estudio o trabajo han pasado un tiempo afuera y luego regresaron y no notaron
tanta solidaridad y amabilidad, al menos no con la intensidad con la que la
describieron los expositores, quienes fueron recurrentes en esta apreciación.
Quedamos en encontrarnos a principios de noviembre para un 7mo
encuentro. Que así sea.
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