“Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre,
cuando desconoce quién es el otro”
Plauto. Asinaria
“El hombre es un lobo para el hombre”
Hobbes. Leviatán
“El
hombre es sagrado para el hombre”
Séneca. Cartas a Lucilio
Hemos llegado a pensar que el hombre, en su arrogante uso de la razón,
es el único ser capaz de destruir su propio entorno, de alterar profundamente
el nicho ecológico en el que se desarrolla hasta hacerlo insustentable, pero
quizás esto no sea del todo cierto. No en cuanto a su capacidad destructiva que
ha sido plenamente demostrada con hechos contundentes; sino en cuanto a esto de
ser el único. La mayoría de las especies, tanto animales como vegetales,
sacadas de su hábitat natural, si no reciben cuidados especiales, mueren; pero
las que se adaptan suelen convertirse en plagas invasoras que “alteran
profundamente” su ambiente. Las ovejas provocaron un importantísimo aumento de
la erosión en los suelos patagónicos, el paraíso se volvió una gran molestia en
el Palmar de Colón, la gramilla perra que afirmó los terraplenes de los
ferrocarriles ingleses invadió los campos entrerrianos y alteró su natural
lecho herbáceo, y así siguiendo…
Cierto que uno podría alegar: “fue el hombre quien las trasplantó al
nuevo ambiente”, pero esta afirmación no cambia el hecho de que una nueva
especie suele no encontrar limitaciones en el nuevo hábitat.
Quizás esta sea la idea que podríamos debatir: ¿Somos una nueva especie
en la historia de la evolución, una especie invasiva que no ha encontrado limitaciones
y puede destruir a las demás, adueñándose del ecosistema al que llamamos
Tierra.?
Ahora bien, si aceptamos como cierta esta teoría, deberemos hacer
algunas consideraciones… Las ovejas patagónicas, alejadas de la mano del hombre
es muy probable que sucumbieran al ataque de los pumas o al hambre o vaya a
saber a qué virus o bacteria. Los paraísos del Palmar y la gramilla perra tal
vez no, pero eso se debe a que fabrican su propio alimento, son autótrofos…
Nosotros no, nosotros necesitamos alimentos que otros elaboran y en
consecuencia no podemos crecer indefinidamente, sino que dependemos de fuentes externas
de materia y de energía.
Además, a las necesidades biológicas naturales, los humanos les sumamos
otras creadas por la cultura o el mercado o la propaganda y entonces consumimos
materiales y energía muy por encima de nuestros verdaderos requisitos básicos, generando
una situación que podría considerarse fuera de las probabilidades de
subsistencia de la especie.
Cierto que no todos los hombres actuamos de la misma manera, más bien
parece que nos gusta más pensar como Séneca que como Plauto. Aceptar que el
hombre es sagrado para el hombre nos permite no sólo integrarnos
comunitariamente, sino además esforzarnos por mejorar las relaciones con el otro.
Es en la práctica cotidiana, en la actitud concreta donde solemos hacer agua y
actuar como lobos.
Es muy saludable la diversidad biológica y cultural, pero parece
bastante claro que determinadas especies tienen un papel preponderante en el
ciclo de la vida, así como determinadas culturas, o al menos determinadas
conductas son de fundamental importancia para apostar a la sustentabilidad de
la especie en el planeta. Podríamos pensar por ejemplo, que la extinción de los
elefantes o inclusive del hombre no modificaría substancialmente la vida en la
Tierra, como sí lo haría la desaparición de las abejas o las lombrices. Del
mismo modo, si nos fuera posible erradicar la cultura del despilfarro, la del
tener cada día más, la de la acumulación de capitales, la del compre ya, es
probable que produjéramos algún cataclismo en el dios Mercado, pero sin dudas
mejoraríamos mucho la situación ambiental. Si dispusiéramos espacios
protegidos, protegidos de todo daño, de la depredación, del envenenamiento, de
la contaminación química, o acústica o de cualquier agresión, y los
conociéramos y los quisiéramos; y si, a partir de ellos, comprendiéramos la
importancia de proteger todo el ambiente y recuperáramos los conocimientos
sobre cómo hacerlo, seguro que suprimiríamos espacios para la producción
agroindustrial, pero nuestra gran casa ganaría en diversidad, en
sustentabilidad, en vida.
Es cierto que necesitamos comer, pero nadie hace de su casa un puro
comedor, sino que reservamos espacios para el descanso, para el encuentro, para
el jardín y la huerta, para la lectura o el entretenimiento y hasta para las
necesidades menos elegantes pero no por eso menos perentorias.
El monte nativo entrerriano prácticamente ha desaparecido en función de
la ampliación de los espacios de producción, olvidando que quizás nuestros
campos sean productivos gracias a los miles de años en los que el bosque los
fue fertilizando, incorporándoles nutrientes, protegiéndolos de la erosión, ayudando
a conservar la humedad, permitiendo el desarrollo de microorganismos útiles. En
un principio nos limitamos a quitar la cobertura arbórea y permitimos una gran
erosión, pero en los últimos años los inundamos de tóxicos, eliminamos toda
posibilidad de diversidad, le matamos toda la flora microscópica (y de la otra)
y los sobreexplotamos.
En este contexto, las áreas protegidas se han vuelto un verdadero
baluarte de sustentabilidad vital. Por supuesto que uno desea que todo el
territorio de la provincia estuviera protegido, pero como esta utopía hoy
parece lejana, debemos bregar para que se establezcan muchas más Áreas
Protegidas como la que visitamos el pasado jueves 30 de abril en Colonia Las
Piedras con el fin de conocer, aprender y querer. Un maravilloso lugar en
donde, más allá de la lucha constante de Alfredo contra algunas especies
invasoras, o emprendimientos de fuerte impacto ambiental en la zona o las
demoras en las decisiones políticas adecuadas o en las obras necesarias, la
idea principal es dejar que la naturaleza
actúe con sus modos y sus tiempos.
Alentamos a quienes vislumbran la gravedad de la crisis y sienten la necesidad de pensar nuevos
rumbos, a conocer esta reserva, disfrutar del lugar comprender su esencia y
apoyar este proyecto u otros semejantes que pueden estar más cerca nuestro de
lo que sospechamos.
Muchas gracias Alfredo por tu tiempo,
tu pasión y tu afabilidad.
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