(Texto resumido... para leerlo completo ver http://edimpresa.unoentrerios.com.ar/v2/noticias/?id=71130&impresa=1)
PUBLICADO EN DIARIO UNO, domingo 26 de agosto de 2012.-
Están fuera de competencia y desprecian el “crecimiento” moderno
Los vuelvistas se salen de la fuga occidental y echan
raíz
Daniel Tirso
Fiorotto
En un
reencuentro con antiguas sabidurías, por actuales inquietudes ambientales y
sociales, algunos vecinos advierten los riesgos del sistema y retornan a las
fuentes.
Vienen de
historias distintas, y confluyen en dos puntos: una aguda crítica al sistema y
un regreso a la armonía del hombre en la naturaleza.
Pero se
mantienen más o menos dispersos, en soledad o en distintos grupos.
En el fondo,
coinciden en que el sistema occidental está pateando los problemas para el
futuro y que esa acumulación de tensiones no es halagüeña para la vida en el
planeta.
La humanidad,
dicen, en vez de encarar los problemas ya inocultables se fuga hacia el mañana,
a ver si el tiempo por obra de magia disuelve esos problemas.
Muchos de
ellos, en vez de volcarse a instituciones para competir por el poder, se salen
de toda competencia porque entienden que eso de competir está en el alma del
capitalismo que, precisamente, combaten.
Competir en
todos los órdenes en vez de compartir: he ahí uno de los vicios de la
modernidad, que los vuelvistas denuncian. Pero veamos otros: gastarse la
energía de una, cualquiera sea el costo de extracción; consumir sin límites en
los países centrales, tener fe en un crecimiento eterno por más que los datos
objetivos demuestren que es una fantasía…
En el
centro la tierra
Son los
vuelvistas, frutos de la confluencia de antiguos conocimientos de este
continente y del resto del mundo, con las muy contemporáneas y crecientes
inquietudes por el estado del ambiente y las acechanzas de la tecnología, y por
la condición de la humanidad que parece más cerca del abismo cuanto más
humanista se llama.
La confianza
en el hombre está matando al hombre. Por eso los vuelvistas no comulgan con el
antropocentrismo ni con el eurocentrismo, y menos con la apoteosis (tan propia
de occidente) de los títulos de propiedad y las patentes, pero su enorme y
crucial enfrentamiento con el sistema no ha logrado unirlos. Es decir: se saben
ante una acelerada destrucción, con multinacionales patentando y gobiernos
convalidando, pero la dimensión del problema no avienta los personalismos, las
disputas que parecen menores, la desconfianza.
Ocurre en
distintos ámbitos, y se trasluce entre ecologistas, porque algunos observan que
el sistema, el capital financiero, el poder económico y bélico mundial, el
imperialismo en suma, se camufla y roba discursos para enderezar a sus fines
las reflexiones y las luchas.
Uno de los
temas centrales del vuelvismo es la tenencia y el uso de la tierra.
Hay un
reverdecimiento de la necesidad de reforma agraria, pero no ya como en las
décadas anteriores que involucraba una distribución lisa y llana, o una
propiedad colectiva, sino con el aditamento, que pasa a ser esencial, de que la
tierra no es del hombre sino el hombre de la tierra. Y con una expresión
bastante nueva pero perfectamente ensamblada con la cosmovisión de los pueblos
antiguos de este continente: la economía sustentable.
Los enemigos:
el capital financiero, las multinacionales, la industria sucia, el baño con
sustancias químicas para los agronegocios; la fractura hidráulica, la
megaminería, la petróleo-dependencia, las centrales atómicas, los
represamientos, la propaganda consumista, el hipermercadismo, las megaobras, la
industria bélica...
Los vuelvistas
saben que el actual sistema necesita esas cosas para subsistir, pero a la vez
entienden que en este sistema se navega como en el Titanic…
Entonces,
muchos sin saberse ni decirse vuelvistas han vuelto la mirada a la vida
austera, y a las enseñanzas de la naturaleza, y del hombre que supo ensamblar
en el entorno. Y conscientes de que esos enemigos enunciados pueden ser causas
pero también emergentes.
En tanto se
sostenga el sistema actual, demandará metales en forma voluminosa, petróleo,
gas a cualquier costo, hidroelectricidad, agua y agua, y una maquinaria
infernal para el extractivismo en el subsuelo y en el suelo, lo que diríamos:
plan sojero con tecnología Monsanto.
La cosa se
parece, entonces, a las luchas contra el narcotráfico: ¿le hacemos la guerra a
los que cultivan y trafican, o miramos para el lado de los que promueven a
tracción ese negocio, porque consumen?
El que
siempre vuelve
Desde
agrupaciones entrerrianas y orientales se promovió, desde hace un lustro, la
consigna “Artigas vuelve”. Y el vuelvismo echa raíz allí también.
Sabemos que el
aprecio por el artiguismo se origina en la mirada integral que heredamos de la
revolución federal, una visión que reunía a los pueblos, las historias, los
valores trascendentes, y respetaba los modos de cada cultura.
Al decir
“Artigas vuelve”, estamos volviendo nosotros a bañarnos en ese universo indio,
africano, gaucho, criollo, intransigente con el colonialismo. A empaparnos de
arriba abajo en la austeridad, en la valentía de las determinaciones, y en la
necesaria correspondencia unívoca entre el discurso y los hechos, como es ley
en una rueda de mate.
Volver a
Artigas (y nos referimos a la expresión sincera), es volver al espacio cercano
más transparente de la revolución libertaria en nuestra región, asociado en su
espíritu a otras revoluciones como las de Túpac Amaru y de Haití.
Volver al
tejido de fibras de Abya Yala (América), devolver a la mujer y al hombre las
expectativas por una vida tan amable como esforzada, con lugar para el aire
puro y el silencio (donde las cosas se acomodan solas), porque la trama misma
es armoniosa: eso es el vuelvismo, ahí abrevan los vuelvistas.
Volver no es
repetir, no es reinstalar el pasado: volver es quitarse los ropajes, los
ruidos, los engaños en que hicimos hábito por el apuro, el facilismo y los
afanes de apariencia y consumo y competencia que nos colgaron.
Volver es no
correr esa carrera. Volver es no consumir esa estupidez, es mirarnos desnudos y
en soledad en medio de la cárcel de asfalto y cemento que naturalizamos, y en
donde sólo podemos andar a los empujones, los que podemos andar; mientras miles
se pasean por el frío en el invierno, el calor insoportable en el verano, y por
los tachos de la basura cada noche….
Vale
subrayarlo: no se trata de volver al pasado o volver al futuro. Esa línea nos
confunde. Por ejemplo, si la revolución artiguista es el “pasado”, ¿cómo llamar
al tiempo de la mujer y el hombre en la edad de piedra?
Si tomamos
sólo los 20 mil últimos años del hombre en Abya Yala como “pasado”, veremos que
José Gabriel Condorcanqui y Micaela Bastidas fueron ejecutados bajo tortura
hace cinco minutos.
Entonces el
verbo volver se entenderá mejor para el vuelvismo en la acepción de volver la
mirada, tomar asiento y aliento, salir del encierro y el apuro, quitarnos las
anteojeras, mirarnos adentro, bajar el copete, analizar la diversidad de
universos posibles, y ser conscientes de que el sistema único no es más que una
creencia y que hay quienes pagan bien para que esta creencia se haga carne.
Rotular al
Flaco
Nuestros
vecinos, primos, hermanos, parientes, compañeros, no se fueron por voluntad
propia sino empujados. ¿Quién asume el deber de resistir, esclarecer y revertir
el proceso?
El destierro
es un crimen, peor aún si va acompañado por el desmonte, y eso ha ocurrido
aquí. ¿Cómo explicar esta paradoja? ¿Menos biodiversidad, para menos seres
humanos?
Una palabra lo
resume: saqueo. Y es que unos poquitos capturan el territorio y lo usan no de
hogar sino de cancha para sus negocios millonarios.
Otra palabra
sintetiza las razones de la continuidad del sistema: indolencia. Y allí están
los vuelvistas, tratando de superar la desidia para hacer frente al saqueo,
pero lo que quieren de entrada es trabajo, trabajo decente, para una vida sana
y austera.
Así es que los
vuelvistas deciden volver a la tierra con todo lo que eso significa, y lo hacen
con felicidad y firmeza a la vez.
Producción
orgánica y en cercanía, permacultura, soberanía alimentaria, sumak kawsay
(vivir bien), ayllu, decrecimiento, pensamiento de-colonial, hendijas, rueda de
mate, son conceptos vivos que los vuelvistas conocen y realimentan a diario
porque en esa conciencia y en esas prácticas está el otro universo.
Del mismo
modo, conocer el encadenamiento de sabidurías milenarias y luchas
independentistas, obreras y ambientales, es un sostén para no quedar a merced
del primer viento o la primera reacción.
Pero lo
explica mejor el pensador Flaco Claret, que llama a buscar no adelante sino al
costado. Ahí está, lo que decimos, un vuelvista.
“y, aunque va
contra el sentido común, en este retorno a la semilla, voy pudiendo. sin
poder”.
Así, sin
mayúsculas, ¡qué Flaco, ese Claret, y cómo se burlará del rótulo!
¿Vos de qué
lado estás?
Pongamos
nombres de vecinos a los vuelvistas. María dice, por ejemplo, que hay que
volver a la complejidad y al sabroso universo de las escuelas granja y marchar
a las huertas cercanas y a las cooperativas. Juan suscribe eso de las quintas
de proximidad, y habla de volver a los frutales y a la producción orgánica con
semillas sin modificación genética y sin más fumigaciones de sustancias
químicas.
Antonia señala
antiguas tradiciones milenarias, sabidurías que el modernismo esconde con sus
cáscaras. Para Nahuel hay que volver a los modos de Abya Yala, a los 40.000
años de historia acá, a los ayllus, curados del vicio del europeísmo.
Lautaro nos
anima a revisar las revoluciones de Túpac Amaru y José Artigas, y a quitarnos
de encima el lastre del centralismo metropolitano y la sumisión.
Reneé nos
invita a volver la mirada a los africanos y afroamericanos en la región, a los
guaraníes, charrúas, chanás, qom, wichís, mocovíes.
Chelo vuelve
con los ritmos, las melodías, las poesías de la región, al rescate de leyendas,
modos, costumbres, expresiones, historias lugareñas milenarias como el mate,
identidades en fin. Ernestina nos muestra los resultados del neoliberalismo,
los extractivistas al acecho; nos pasea por taylorismos, fordismos, toyotismos,
y nos llama a volver la mirada a la vida de alpargata y gallinero, sin más
derroches de energías, sin poner en riesgo a la vida en el planeta.
Facundo vuelve
a Peyret, a Jauretche, a Mariátegui, a Kusch, a Ugarte, a Milcíades Peña.
Adriana, después de sus clases, ha encontrado su modo de volver a la tierra a
través de las danzas nuestras.
Beatriz nos
invita a degustar los platos propios, la comida con alma, y recibe de nuestros
abuelos y difunde las recetas de ayer y de siempre.
Pablo lucha
contra la apropiación de espacios comunes; estudia, escucha, y cuando puede da
clases en la costa sobre alfarería. Su amigo dice curupisiar, como decía el
Zurdo, volver a la isla, al agua, volver a los maestros que le dan al pueblo
“lo que el pueblo merece, o sea, lo mejor”.
Carlos ofrece
una casa vieja para las obras artísticas y en cada reunión pierde en plata lo
que gana en dignidad. Hugo se jubiló y está volviendo a la tierra sana. Ernesto
practica la permacultura y lee a Boff y algo puede decir de la Gaia. María José
planta semillas, Analía habla de volver los ojos al barrio y sus claroscuros.
Así podríamos
seguir con nombres, inquietudes, valores que se cruzan y nos cruzan.
Son ejemplos,
y bastan. No hay fundamentos para hablar del crecimiento sin límites, para
menospreciar las raíces.
En la región
que expulsa a sus hijos, la misma que los pueblos originarios defendieron con
su sangre durante siglos; en este territorio que aún luce la banda roja charrúa
y el sol inca, nos inclinamos ante la madre tierra lavados de soberbia. Eso es
vuelvismo.
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