martes, 28 de agosto de 2012

Los vuelvistas se salen de la fuga occidental y echan raíz


(Texto resumido... para leerlo completo ver http://edimpresa.unoentrerios.com.ar/v2/noticias/?id=71130&impresa=1)
PUBLICADO EN DIARIO UNO, domingo 26 de agosto de 2012.-
Están fuera de competencia y desprecian el “crecimiento” moderno
Los vuelvistas se salen de la fuga occidental y echan raíz
Daniel Tirso Fiorotto 

En un reencuentro con antiguas sabidurías, por actuales inquietudes ambientales y sociales, algunos vecinos advierten los riesgos del sistema y retornan a las fuentes.
Vienen de historias distintas, y confluyen en dos puntos: una aguda crítica al sistema y un regreso a la armonía del hombre en la naturaleza.
Pero se mantienen más o menos dispersos, en soledad o en distintos grupos.
En el fondo, coinciden en que el sistema occidental está pateando los problemas para el futuro y que esa acumulación de tensiones no es halagüeña para la vida en el planeta.
La humanidad, dicen, en vez de encarar los problemas ya inocultables se fuga hacia el mañana, a ver si el tiempo por obra de magia disuelve esos problemas.
Muchos de ellos, en vez de volcarse a instituciones para competir por el poder, se salen de toda competencia porque entienden que eso de competir está en el alma del capitalismo que, precisamente, combaten.
Competir en todos los órdenes en vez de compartir: he ahí uno de los vicios de la modernidad, que los vuelvistas denuncian. Pero veamos otros: gastarse la energía de una, cualquiera sea el costo de extracción; consumir sin límites en los países centrales, tener fe en un crecimiento eterno por más que los datos objetivos demuestren que es una fantasía…

En el centro la tierra
Son los vuelvistas, frutos de la confluencia de antiguos conocimientos de este continente y del resto del mundo, con las muy contemporáneas y crecientes inquietudes por el estado del ambiente y las acechanzas de la tecnología, y por la condición de la humanidad que parece más cerca del abismo cuanto más humanista se llama.
La confianza en el hombre está matando al hombre. Por eso los vuelvistas no comulgan con el antropocentrismo ni con el eurocentrismo, y menos con la apoteosis (tan propia de occidente) de los títulos de propiedad y las patentes, pero su enorme y crucial enfrentamiento con el sistema no ha logrado unirlos. Es decir: se saben ante una acelerada destrucción, con multinacionales patentando y gobiernos convalidando, pero la dimensión del problema no avienta los personalismos, las disputas que parecen menores, la desconfianza.
Ocurre en distintos ámbitos, y se trasluce entre ecologistas, porque algunos observan que el sistema, el capital financiero, el poder económico y bélico mundial, el imperialismo en suma, se camufla y roba discursos para enderezar a sus fines las reflexiones y las luchas.
Uno de los temas centrales del vuelvismo es la tenencia y el uso de la tierra.
Hay un reverdecimiento de la necesidad de reforma agraria, pero no ya como en las décadas anteriores que involucraba una distribución lisa y llana, o una propiedad colectiva, sino con el aditamento, que pasa a ser esencial, de que la tierra no es del hombre sino el hombre de la tierra. Y con una expresión bastante nueva pero perfectamente ensamblada con la cosmovisión de los pueblos antiguos de este continente: la economía sustentable.
Los enemigos: el capital financiero, las multinacionales, la industria sucia, el baño con sustancias químicas para los agronegocios; la fractura hidráulica, la megaminería, la petróleo-dependencia, las centrales atómicas, los represamientos, la propaganda consumista, el hipermercadismo, las megaobras, la industria bélica...
Los vuelvistas saben que el actual sistema necesita esas cosas para subsistir, pero a la vez entienden que en este sistema se navega como en el Titanic…
Entonces, muchos sin saberse ni decirse vuelvistas han vuelto la mirada a la vida austera, y a las enseñanzas de la naturaleza, y del hombre que supo ensamblar en el entorno. Y conscientes de que esos enemigos enunciados pueden ser causas pero también emergentes.
En tanto se sostenga el sistema actual, demandará metales en forma voluminosa, petróleo, gas a cualquier costo, hidroelectricidad, agua y agua, y una maquinaria infernal para el extractivismo en el subsuelo y en el suelo, lo que diríamos: plan sojero con tecnología Monsanto.
La cosa se parece, entonces, a las luchas contra el narcotráfico: ¿le hacemos la guerra a los que cultivan y trafican, o miramos para el lado de los que promueven a tracción ese negocio, porque consumen?

El que siempre vuelve
Desde agrupaciones entrerrianas y orientales se promovió, desde hace un lustro, la consigna “Artigas vuelve”. Y el vuelvismo echa raíz allí también.
Sabemos que el aprecio por el artiguismo se origina en la mirada integral que heredamos de la revolución federal, una visión que reunía a los pueblos, las historias, los valores trascendentes, y respetaba los modos de cada cultura.
Al decir “Artigas vuelve”, estamos volviendo nosotros a bañarnos en ese universo indio, africano, gaucho, criollo, intransigente con el colonialismo. A empaparnos de arriba abajo en la austeridad, en la valentía de las determinaciones, y en la necesaria correspondencia unívoca entre el discurso y los hechos, como es ley en una rueda de mate.
Volver a Artigas (y nos referimos a la expresión sincera), es volver al espacio cercano más transparente de la revolución libertaria en nuestra región, asociado en su espíritu a otras revoluciones como las de Túpac Amaru y de Haití.
Volver al tejido de fibras de Abya Yala (América), devolver a la mujer y al hombre las expectativas por una vida tan amable como esforzada, con lugar para el aire puro y el silencio (donde las cosas se acomodan solas), porque la trama misma es armoniosa: eso es el vuelvismo, ahí abrevan los vuelvistas.
Volver no es repetir, no es reinstalar el pasado: volver es quitarse los ropajes, los ruidos, los engaños en que hicimos hábito por el apuro, el facilismo y los afanes  de apariencia y consumo y competencia que nos colgaron.
Volver es no correr esa carrera. Volver es no consumir esa estupidez, es mirarnos desnudos y en soledad en medio de la cárcel de asfalto y cemento que naturalizamos, y en donde sólo podemos andar a los empujones, los que podemos andar; mientras miles se pasean por el frío en el invierno, el calor insoportable en el verano, y por los tachos de la basura cada noche….
Vale subrayarlo: no se trata de volver al pasado o volver al futuro. Esa línea nos confunde. Por ejemplo, si la revolución artiguista es el “pasado”, ¿cómo llamar al tiempo de la mujer y el hombre en la edad de piedra?
Si tomamos sólo los 20 mil últimos años del hombre en Abya Yala como “pasado”, veremos que José Gabriel Condorcanqui y Micaela Bastidas fueron ejecutados bajo tortura hace cinco minutos.
Entonces el verbo volver se entenderá mejor para el vuelvismo en la acepción de volver la mirada, tomar asiento y aliento, salir del encierro y el apuro, quitarnos las anteojeras, mirarnos adentro, bajar el copete, analizar la diversidad de universos posibles, y ser conscientes de que el sistema único no es más que una creencia y que hay quienes pagan bien para que esta creencia se haga carne.

Rotular al Flaco
Nuestros vecinos, primos, hermanos, parientes, compañeros, no se fueron por voluntad propia sino empujados. ¿Quién asume el deber de resistir, esclarecer y revertir el proceso?
El destierro es un crimen, peor aún si va acompañado por el desmonte, y eso ha ocurrido aquí. ¿Cómo explicar esta paradoja? ¿Menos biodiversidad, para menos seres humanos?
Una palabra lo resume: saqueo. Y es que unos poquitos capturan el territorio y lo usan no de hogar sino de cancha para sus negocios millonarios.
Otra palabra sintetiza las razones de la continuidad del sistema: indolencia. Y allí están los vuelvistas, tratando de superar la desidia para hacer frente al saqueo, pero lo que quieren de entrada es trabajo, trabajo decente, para una vida sana y austera.
Así es que los vuelvistas deciden volver a la tierra con todo lo que eso significa, y lo hacen con felicidad y firmeza a la vez.
Producción orgánica y en cercanía, permacultura, soberanía alimentaria, sumak kawsay (vivir bien), ayllu, decrecimiento, pensamiento de-colonial, hendijas, rueda de mate, son conceptos vivos que los vuelvistas conocen y realimentan a diario porque en esa conciencia y en esas prácticas está el otro universo.
Del mismo modo, conocer el encadenamiento de sabidurías milenarias y luchas independentistas, obreras y ambientales, es un sostén para no quedar a merced del primer viento o la primera reacción.
Pero lo explica mejor el pensador Flaco Claret, que llama a buscar no adelante sino al costado. Ahí está, lo que decimos, un vuelvista.
“y, aunque va contra el sentido común, en este retorno a la semilla, voy pudiendo. sin poder”.
Así, sin mayúsculas, ¡qué Flaco, ese Claret, y cómo se burlará del rótulo!

¿Vos de qué lado estás?
Pongamos nombres de vecinos a los vuelvistas. María dice, por ejemplo, que hay que volver a la complejidad y al sabroso universo de las escuelas granja y marchar a las huertas cercanas y a las cooperativas. Juan suscribe eso de las quintas de proximidad, y habla de volver a los frutales y a la producción orgánica con semillas sin modificación genética y sin más fumigaciones de sustancias químicas.
Antonia señala antiguas tradiciones milenarias, sabidurías que el modernismo esconde con sus cáscaras. Para Nahuel hay que volver a los modos de Abya Yala, a los 40.000 años de historia acá, a los ayllus, curados del vicio del europeísmo.
Lautaro nos anima a revisar las revoluciones de Túpac Amaru y José Artigas, y a quitarnos de encima el lastre del centralismo metropolitano y la sumisión.
Reneé nos invita a volver la mirada a los africanos y afroamericanos en la región, a los guaraníes, charrúas, chanás, qom, wichís, mocovíes.
Chelo vuelve con los ritmos, las melodías, las poesías de la región, al rescate de leyendas, modos, costumbres, expresiones, historias lugareñas milenarias como el mate, identidades en fin. Ernestina nos muestra los resultados del neoliberalismo, los extractivistas al acecho; nos pasea por taylorismos, fordismos, toyotismos, y nos llama a volver la mirada a la vida de alpargata y gallinero, sin más derroches de energías, sin poner en riesgo a la vida en el planeta.
Facundo vuelve a Peyret, a Jauretche, a Mariátegui, a Kusch, a Ugarte, a Milcíades Peña. Adriana, después de sus clases, ha encontrado su modo de volver a la tierra a través de las danzas nuestras.
Beatriz nos invita a degustar los platos propios, la comida con alma, y recibe de nuestros abuelos y difunde las recetas de ayer y de siempre.
Pablo lucha contra la apropiación de espacios comunes; estudia, escucha, y cuando puede da clases en la costa sobre alfarería. Su amigo dice curupisiar, como decía el Zurdo, volver a la isla, al agua, volver a los maestros que le dan al pueblo “lo que el pueblo merece, o sea, lo mejor”.
Carlos ofrece una casa vieja para las obras artísticas y en cada reunión pierde en plata lo que gana en dignidad. Hugo se jubiló y está volviendo a la tierra sana. Ernesto practica la permacultura y lee a Boff y algo puede decir de la Gaia. María José planta semillas, Analía habla de volver los ojos al barrio y sus claroscuros.
Así podríamos seguir con nombres, inquietudes, valores que se cruzan y nos cruzan.
Son ejemplos, y bastan. No hay fundamentos para hablar del crecimiento sin límites, para menospreciar las raíces.
En la región que expulsa a sus hijos, la misma que los pueblos originarios defendieron con su sangre durante siglos; en este territorio que aún luce la banda roja charrúa y el sol inca, nos inclinamos ante la madre tierra lavados de soberbia. Eso es vuelvismo.

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